Acercándonos a la parábola del buen samaritano (Lc 10,25-37) queremos dar mayor contenido al salmo 40; vivirlo desde Cristo. Se trata de un texto fuerte del Evangelio donde quedan mal parados los expertos en liturgia, los sacerdotes, los oficiales de lo sagrado. Es un samaritano, un formal enemigo de los judíos, el que se encarga esta vez de enseñarnos lecciones de amor.
Iba de camino, de viaje, estaba ocupado de verdad. Y empieza regalando su tiempo, haciendo del mismo un regalo para el otro (ver el magnífico estudio de Jean Daniélou sobre el ser y el tiempo en san Gregorio de Nisa). No da rodeos, sino que rodea al hermano con amor. La misericordia es envolvente, no superficial, de corteza; tiende al abrazo en espiral, abruma, nada escapa de su calor (Sal 19,7) La carta a los Romanos nos dice que Dios encierra en su misericordia a los que previamente encerró en rebeldía (Rom 11,32). Es la misericordia que vive el padre del hijo pródigo, que tras caer en baño de miserias es envuelto en un manto de triunfo (Is 61,10)
Este hombre bueno y benigno se acerca, para poder cercar de amor. Lo ve y se compadece, como consecuencia del cerco establecido. Se vuelve a acercar en una segunda embestida de misericordia, como en espiral de transparencia, para vendarle sus heridas. Lo monta sobre su tiempo y lo integra en su corazón. El buen samaritano concentra su amor en detrimento de sus propios intereses; parece querer detener el tiempo y lo consigue (ver Jos 10,12). El amor es Vida Eterna anticipada. En ese momento no parece existir otra cosa ni nadie más importante que la persona que tiene que atender. ¡Qué buena cosa sería hacer un voto de hacer felices a los demás!
oportunidad de amor
La misericordia se acerca para dar (siempre mejor que recibir: Hch 20,35) amor a cambio de las miserias del prójimo: un hombre apaleado, a punto de morir. Acercarse —no con aires de espectador (Ortega), sino con estilo de compromiso y disponibilidad (G. Marcel)— a la fuente de problemas es propio de aquellos que aman la santidad de Dios. Aceite, vino, unción… buen clima para despertar amor. El amor misericordioso parece que no se basta a sí mismo de tanto que quiere comunicar. Es este amor el que produce industrias para más producir amor: “Cuídale, y lo que gastes de más, yo te lo pagaré a mi vuelta”. El odio se contagia. El amor se expande.
Causan asombro estas palabras: “lo que gastes de más”. El “te has pasado” o aquello de “esa palabrita está de más” o el “te estás pasando tres pueblos”…, con perdón por el vulgarismo, encuentran como respuesta: “YO TE LO PAGARÉ A MI VUELTA”. No dice yo te pegaré, sino yo te pagaré. Lo corriente es arrancar un diente cuando te han arrancado uno —lo corriente, digo, en las personas que no tienen suficiente calidad de amor—. Lo normal en un cristiano es pagar amor por desamor, por problematicidad, por complejidad, por dificultad… por mal recibido. Lo adecuado es cuidar de tu enemigo, mimarlo, purificarlo también (ver Rom 12,20), darle oportunidad de amor, unas setenta veces siete (ver Mt 18,22).
“Yo te lo pagaré”. No otro, el otro, sino yo. Este pagar no es algo puramente monetario, es algo que pertenece al lenguaje de la Redención, al rescate salvífico que Cristo lleva a cabo en su plan de Salvación. El ha venido a servir y a dar su vida en rescate por la humanidad (Mt 20,28); se entregó a sí mismo como rescate por todos (1 Tim 2,6; Tit 2,14); nos rescató de una ley que da rodeos levíticos y sacerdotales (Gál 3,13; 4,5). Degollado, por su sangre, rescata para Dios a hombres de todos los pueblos (Ap 5,9); nos rescata de todo mal (2 Tim 4,18). Nos sabemos rescatados (1 Pe 1,18).
vestido de amador
No es simplemente el mucho amor sino el amor divino el que hemos de cultivar (aquella mujer no amó simplemente mucho, sino que es a Dios a quien estaba amando y lo hacía inspirada por él mismo, es decir, tal vez se encontraba ya en posesión de un amor de caridad implícito (Lc 7, 36-51). No es ya llevar la cruz con amor, sino ser amor de cruz, que lleva todo el peso. Un amor de gloria, en densidad.
Nuestra vocación más profunda de hijos de Dios es reproducir ese amor ininteligible, que me hace “perder” el tiempo…, la vida (Mt 16,25). En el amor que me hace perder encuentro, me encuentro, soy, me recupero crecido. La intelección del amor es el amor sin intelección.
La caridad divina es responsable de la suerte del otro, de su vida (Caín no sabe, no se siente guardián de su hermano (Gén 4,9). Y, como digo, es envolvente, a modo de espiral, abrumadora. Tras acercarse, se vuelve a acercar otra vez para curar lo contemplado. Y “cuando vuelva”…, porque volverá. El que ama no se queda tranquilo, siempre quiere ver más y más feliz al otro. “Mi guardián no duerme, no duerme ni reposa el guardián de Israel” (Sal 120,4). No es un cumplidor, excelente en educación cívica, sino uno vestido con la librea de Jesucristo (San Ignacio), vestido de amador (San Juan de la Cruz). Santa María Goretti suplicaba a Dios que su asesino estuviera de por vida a su lado allá en el Cielo. “Lo no sabio de Dios es más sabio que los hombres; lo no fuerte de Dios es más fuerte que los hombres” (1 Cor 1,25) y lo no entendido del amor es la máxima intelección del mismo.
Esta preciosa parábola nos da la pista de la felicidad de la que nos habla el salmo 40: “Beatus qui cogitat de egeno et paupere”: feliz quien cuida del pobre y desvalido. La versión latina nos sitúa en orden de conocimiento del original hebreo. El santo queda definido por este macarismo veterotestamentario. Santo es el feliz que ama y encuentra la Felicidad en el amor sobrenatural.
Dichoso, feliz, bienaventurado, afortunado… Es una felicidad (asr) que da seguridad ante la vida, que otorga confirmación en el buen camino, que da consistencia de ser.
¿Quién? Según el texto hebreo es feliz el que en relación con el prójimo es inteligente, prudente, instruido, está al tanto de lo que le está pasando al hermano. Es el que observa, entiende, considera, comprende, aprecia, sabe al otro. El que acierta y tiene tino, ingenio, astucia benigna. En el libro del Génesis se dice que el árbol era deseable para adquirir sabiduría. En el salmo que nos ocupa, usando la misma palabra hebrea, se nos viene a decir que el pobre era —es— deseable para apreciarlo, amarlo, para discurrir sobre su auge. Es el amor sin medida la medida del amor (San Agustín).
cuidar es introducir en mi alma
En la traducción española perdemos toda connotación samaritana: feliz quien cuida del pobre… Pero en el hebreo aparece una partícula de gran interés (al): a, hacia, junto a, para, cerca de; en, entre, respecto a; según, en vista de. Con lo que la traducción se ve notablemente enriquecida: feliz el que aprecia eficazmente, sí, pero lo hace con matiz de acercamiento, de cercanía, de ofrenda, de introducción en las angustias ajenas…, el que organiza toda su vida en vista y según las necesidades del otro. Ahí radica la benignidad, no simplemente en un corazón que late mucho (trabajo) sino en un corazón que se raja mucho, que se abre mucho (afecto) para poder introducir en casa y hacer partícipes de lo propio. Cuidar es introducir en casa, en la de mi alma.
Dichoso el que se ocupa del necesitado (dl), es decir del: pobre, miserable, mísero, indigente, desgraciado, menesteroso, débil, necesitado, delgado, flaco, ralo, escaso; impotente, pusilánime, de poco mérito, de poco valor, de poco fruto; atrofiado, extenuado, consumido, debilitado, disminuido, agotado, desgajado, colgado, separado, arrancado, omitido, ninguneado.
Buena es mi ventura si me dedico a ser benigno, si mi herencia y patrimonio son los pobres como yo, si mío es por ello el Reino de los Cielos (Mt 5,3); si tengo Cielo por ser yo mismo, en grado participado, amor divino.
El buen samaritano y el príncipe feliz (O. Wilde) del salmo se identifican en la persona de Jesucristo. El nos lava las heridas en su corazón rajado y abierto (Is 53,4ss; 1 Pe 2,24; Jn 19,31-37).
La receta para vivir en plenitud este salmo samaritano es la humildad en sus tres niveles de elevación: humildad positiva, humildad cabizbaja, humildad creativa. La primera consiste en dejarse querer, en dar comienzo a la asimilación del amor ininteligible, loco, de Dios; me formulo a mí mismo en positivo y estreno expresiones y gestos de amor. La segunda tiene carácter de humillación redentora, penitencial, correctiva, que me permite llevar la cruz con amor. La tercera me da la clave para ser amor (de cruz).
Pero esta última indicación requiere nuevo artículo. Nos quedamos por ahora con la felicidad de amar desde nuestra pobreza la fatalidad de nuestros semejantes. El “te has pasado” o el “esa palabra está demás” constituyen desde este momento mi mejor ocasión para dar mi mejor amor.
Francisco Lerdo de Tejada
Capellán de la Universidad CEU-San Pablo Montepríncipe