«En aquel tiempo, exclamó Jesús: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (Mt 11,28-30)
El evangelio de hoy es corto, pero concentrado de sentido en el mensaje que Jesús quiere enviarnos. En la primera frase, consoladora y fácil de entender, el Señor se ofrece para ser ayuda, hombro de apoyo, mano tendida, mirada comprensiva, corazón amoroso, es decir, como el Dios que describe el Antiguo Testamento: “El Señor es compasivo y misericordioso” con todo el que le llama. “Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él” dice el Salmo 33, 9.
Como en tantos salmos, Jesús nos invita aquí a acogernos a Dios en nuestras desgracias y tribulaciones. Quién no tiene momentos de tristeza y agobio, los que nos proporciona la vida y los que nosotros mismos nos causamos con nuestras torpezas y pecados. Ese llamamiento: “venid”, es una invitación a abandonarnos en su corazón abierto, a resguardarnos bajo sus alas que nos protegen de todo mal, a dejar actuar en nosotros su voluntad, y a ajustar nuestro latido al ritmo del amoroso corazón de Jesús. Son palabras muy consoladoras para, en los momentos de cansancio y agobio, refugiarse en el diálogo íntimo con Él y sentir su comprensión y ayuda.
La segunda frase es preciso meditarla profundamente, con cuidado: “Cargad con mi yugo”. ¿Cuál es el yugo de Jesús? El Señor no quiere machacarnos con enfermedades, privaciones y contrariedades. Demuestra varias veces en su vida su deseo de sanar y liberar a las personas que encuentra en su camino. ¿Por qué nos invita a cargar con este yugo?
El yugo es la puerta estrecha. Nos previene una vez más de la tentación de lo fácil. Lo que vale la pena se consigue con esfuerzo, el desprendimiento de lastre, una apuesta inicial por lo que merece la pena conseguir, la perla escondida. Nos previene de las dificultades y trabas que encontraremos en el camino al intentar poner en práctica su enseñanza: la buena nueva evangélica. Amar a Dios sobre todo, bendecirle, trabajar por su reino y su justicia, no adorar al dinero, ser justos y amar a los que nos odian, rezar por nuestros enemigos , perdonar, no juzgar, no condenar, dar al que nos pida, ser samaritanos con el prójimo. Dios se encarga de regalar paz y sosiego para encontrar el descanso ansiado. El amor es suave bálsamo. Todo lo que se hace por amor recibe paga inmediata, aparte de la que, por nuestra buena voluntad y empeño, Dios nos regalará en su reino.
Y Jesús añade: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. Sí, claro está, el yugo del amor a Dios y al prójimo no es posible llevarlo con un corazón soberbio, envidioso o violento. Es preciso limar, pulir, y orar para que el corazón se ablande. A los que, por seguirle, pierdan los bienes de este mundo: poder, bienestar, lujos , riquezas , fama, por lo que los hombres luchan y se enfrentan con violencia, sin conseguir la felicidad, les promete encontrar el descanso .
Cuando se pregunta a personas que dedican sus tiempo y sus cualidades al servicio de los demás en labores de voluntariado —aunque no sean especialmente religiosos ni excesivamente cumplidoras de las normas de la Iglesia— cómo les ha ido en este trabajo no remunerado, dicen unánimemente que se sienten pagados, que reciben más de lo que dan y que están íntimamente más orgullosos de este trabajo voluntario que de las satisfacciones recibidas en sus cargos, oficios y profesiones retribuidas con dinero y consideración social.
Tener la valentía de cargar con el yugo dará el prometido descanso; la conciencia tranquila por haber vencido los deseos de venganza ante un trato injusto, perdonado una ofensa, actuado limpiamente para no dañar los intereses de otros, espantando la envidia y manteniendo el corazón manso; y a pesar de la lucha con las tentaciones del mundo y las dificultades de la vida, como promete Jesús, el yugo será llevadero y la carga ligera.
Mª Nieves Díez Taboada