La aparición de este número de “Buenanueva” coincide casi con la clausura de este reciente Sínodo, celebrado en el Vaticano, del 10 al 24 de octubre, con el tema “La Iglesia Católica en Medio Oriente: comunión y testimonio”. Ofrecemos a continuación algunos párrafos de la meditación que el Papa Benedicto XVI realizó el día 11 por la mañana.
Pío XI, en 1930, había introducido esta fiesta [la Maternidad divina de María], mil seiscientos años después del Concilio de Éfeso, el cual había legitimado, para María, el título de “Theotókos”, “Dei Genitrix” [Madre de Dios]. Con esta gran palabra “Dei Genitrix”, “Theotókos”, el Concilio de Éfeso había resumido toda la doctrina de Cristo, de María, toda la doctrina de la redención…
En realidad, “Theotókos” es un título audaz. Una mujer es Madre de Dios. Se podría decir: ¿cómo es posible? Dios es eterno, es el Creador. Nosotros somos criaturas, estamos en el tiempo: ¿cómo una persona humana podría ser Madre de Dios, del Eterno, dado que nosotros estamos todos en el tiempo, somos todos criaturas? Por ello se entiende que había una fuerte oposición, en parte, contra esta palabra. Los nestorianos decían: se puede hablar de “Christotókos” [Madre de Cristo], sí; pero de “Theotókos” no: “Theós”, Dios, está por encima de todos los acontecimientos de la historia. Pero el Concilio decidió esto, y precisamente así puso a la luz la aventura de Dios, la grandeza de cuanto hizo por nosotros. Dios no permaneció en sí mismo: salió de sí mismo, se unió de tal forma, tan radicalmente con este hombre, Jesús, que este hombre Jesús es Dios, y si hablamos de Él, podemos siempre también hablar de Dios. No nació solamente un hombre que tenía que ver con Dios, sino que en Él nació Dios sobre la tierra. Dios salió de sí mismo. Pero podemos también decir lo contrario: Dios nos atrajo en sí mismo, de modo que ya no estamos fuera de Dios, sino que estamos en su intimidad, en la intimidad del mismo Dios…
El Concilio comenzó con el icono de la “Theotókos”. Al final el papa Pablo VI reconoció a la propia Virgen el título de “Mater Ecclesiae” [Madre de la Iglesia]. Y estos dos iconos, que inician y concluyen el Concilio, y están intrínsecamente unidos son, en definitiva, un solo icono. Porque Cristo no nació como un individuo entre los demás. Nació para crearse un cuerpo: nació —como dice Juan en el capítulo 12 de su Evangelio— para atraer a todos hacia sí y en sí. Nació —como dicen las cartas a los Colosenses y a los Efesios— para recapitular todo el mundo, nació como primogénito de muchos hermanos, nació para reunir el cosmos en sí, de forma que Él es la cabeza de un gran Cuerpo. Donde nace Cristo, comienza el movimiento de la recapitulación, comienza el momento de la llamada, de la construcción de su Cuerpo, de la santa Iglesia. La Madre de “Theós”, la Madre de Dios, es Madre de la Iglesia, porque es Madre de Aquel que vino para reunirnos a todos en su Cuerpo resucitado.