Acto cultural: La voz del silencio
Si la Iglesia quiere llevar a cabo la desbordante tarea de la nueva evangelización, es necesario mirar a los monjes. De la mano de san Benito, los monjes de los primeros siglos realizaron la segunda gran evangelización en la historia de la Iglesia; en medio de un Imperio desmoronado, preservaron la cultura clásica y se convirtieron en un auténtico motor de desarrollo espiritual y humano que se consolidó durante siglos en Europa. El padre Santiago Cantera, Prior de la abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos -que participó el sábado en el acto cultural La Voz del silencio-, sienta las bases para una comparación necesaria entre aquellos siglos y nuestro propio tiempo: «La sociedad romana en la época final del Imperio es decadente, vive un momento de crisis de valores muy serio, con un proceso inmigratorio muy importante, como ahora. Sobre todo, es una sociedad débil en su interior. Se puede decir que estas características también están presentes hoy, incluso más acentuadas, porque esta sociedad ha sido cristiana y ahora se ha apartado de sus raíces; se podría llamar apóstata, algo que muchas veces se busca intencionadamente».
Por eso, si en aquellos años «los benedictinos, de la mano de san Benito y después de Casiodoro, hicieron el esfuerzo de preservar la cultura clásica y la cultura cristiana, para luego ofrecerlas al mundo a través de la oración, el trabajo y el estudio», en nuestros días es necesario «recuperar el mensaje de san Benito: dar la primacía a Dios sobre todas las cosas, buscarlo a través de la oración, vivir un espíritu de trabajo y de servicio, y buscar la verdad y transmitirla», asegura el padre Cantera.
Todo ello resultará imposible sin la interioridad, especialmente en medio de una sociedad que huye de ella y que vive volcada hacia fuera, hacia el exterior y las apariencias. En definitiva, se trata de volver a uno mismo y volver a Dios. Afirma el padre Cantera que «los monjes siempre han buscado el silencio y el recogimiento, porque saben que ahí uno encuentra a Dios. Pero ese silencio es elocuente, y no pasa desapercibido al mundo. Llama la atención que los monasterios siempre han atraído a muchas personas de alrededor. Ejercen una gran atracción, porque la gente se pregunta: ¿Por qué están ahí? O están locos, o lo que viven es verdad. El silencio de los monjes es elocuente, porque buscan a Dios, y eso es algo que atrae a todos». Además, se trata de un silencio «completamente evangelizador, con una misteriosa fecundidad. El silencio y el sacrificio son misioneros». Por ello, mirar y aprender de la vida monástica es un paso imprescindible a la hora de lanzarse a la nueva evangelización.