La gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se puso a decirles: “Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Pues como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación. La reina del Sur se levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y hará que los condenen; porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que salomón. Los hombres de Nínive se alzarán en juicio contra esta generación, y harán que la condenen; porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás” (San Lucas 11, 29-32).
COMENTARIO
Seguía a Jesús una multitud de gentes de toda condición que lo admiraban por su palabra y sus milagros. Pero no es a ellos a quien Jesús recrimina como “generación perversa”, sino a los escribas, fariseos y doctores de la ley que, mezclados con aquellas gentes sencillas, lo escuchaban para ponerlo a prueba buscando su perdición. ¿Y qué significa “el signo de Jonás” a que se refiere Jesús? ¿Y quién fue Jonás?
Jonás fue un profeta rebelde que trató de huir del Señor cuando recibió su llamada para convertir a los habitantes de Nínive de sus muchos crímenes. Y curiosamente, el profeta, tratando de buscar un país remoto, se embarcó para ir a Tarsis, la antigua capital de Tartesos en España, concretamente en la provincia de Huelva. Pero el Señor envió un viento recio que podía hacer zozobrar la nave en la que se embarcó, y para calmar las olas gigantescas de aquel temporal, la tripulación lo tiró al mar donde fue tragado por un gran pez. En el vientre de aquel animal, milagrosamente, Jonás suplicó al Señor prometiéndole cumplir su encargo, y el gran pez lo vomitó en tierra firme.
Jonás recorrió de punta a cabo la gran ciudad de Nínive y sus habitantes lo escucharon, se arrepintieron, invocaron al Señor, y la ciudad se salvó de la destrucción. Así se dejó de cumplir la profecía de Jonás y la ciudad se salvó de la destrucción. Pero el profeta se disgustó por no haberse cumplido su vaticinio y se instaló en oriente.
Jonás no entendió la compasión del Señor que salva a la ciudad de sus pecados por la penitencia y el arrepentimiento de sus habitantes. Pero es que ahora, con Jesús hecho hombre, es el Dios del amor el que nos habla, y que premia al pecador arrepentido. En este episodio encontramos claramente los ecos sublimes de la parábola del Hijo Pródigo y que a todos nosotros pecadores, nos debe llenar de esperanza. El signo de Jonás es, así, la manifestación del amor de un Dios misericordioso que morirá en la cruz por nuestros pecados.