«En aquel tiempo, fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor”. Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: “¿No es éste el hijo de José?”. Y Jesús les dijo: “Sin duda me recitaréis aquel refrán: «Médico, cúrate a ti mismo”; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún”. Y añadió: “Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos de] profeta Elíseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio”. Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba». (Lc 4,16-30)
El pasado mes lo iniciábamos con el comentario al evangelio de San Mateo (Mt 13,54-58) paralelo a este que hoy nos presenta la Iglesia; y decíamos entonces que cada rincón es tierra de misión y que es difícil ser profeta en nuestra tierra, en nuestro entorno familiar, profesional… Agosto es símbolo de vacaciones, de descanso; y sin embargo, era una llamada del Señor a evangelizar también en ese tiempo, a no cesar en la predicación de la Buena Noticia.
No por conocer esa necesidad evangelizadora que proclama la Iglesia deja de sorprenderme que comience el mes de septiembre prácticamente con la misma propuesta evangélica y, si cabe, con mayor intensidad. Septiembre es sinónimo de comienzo del curso, de vuelta al trabajo y a la normalidad en los hogares, de retorno a los centros docentes… Pero el Señor nos propone el verdadero plan para nuestra vida: “…anunciar el Evangelio a los pobres… a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; … dar libertad a los oprimidos, … anunciar el año de gracia del Señor.”
Jesús inicia su predicación en su ciudad, donde ha transcurrido su infancia y juventud; y los judíos le conocen bien: el hijo de José, el carpintero, y María. Y tras sus palabras sobre la Sagrada Escritura, no le importa sentenciar que “ningún profeta es bien mirado en su tierra”, observación vigente para cualquier evangelizador hoy. Y para nosotros puede ser incluso más sorprendente que proclame el Reino de Dios en base a un documento que puede parecer un elemento arqueológico: un rollo de papiro que contiene el pasaje del profeta Isaías.
Es maravilloso que en plena sociedad de la información y de las tecnologías, en la época de Internet y de los dispositivos electrónicos, de las redes sociales, el rollo que contiene la Ley de Dios sea nuestra meta y bandera: la misión de Jesús, que es hoy nuestra misión, es el anuncio de la liberación para cualquier persona oprimida, para cualquiera que se sienta excluido, para todos los que sufren… Es el anticipo de las bienaventuranzas que proclamará Jesús en el Sermón del Monte. En definitiva, Cristo nos anuncia el Amor de Dios y que está al lado de todos los que se sienten cansados, de todos los que llevan la cruz sobre sus hombros. Es el mensaje de la esperanza, de la libertad y del Amor. Pero una liberación que es total, porque es el gran regalo que Dios hace a sus hijos.
Esa libertad total que Dios nos ofrece otorga la libertad a los oprimidos por cualquier causa, hasta concedernos el mayor don de Dios: el perdón de los pecados, máxima expresión de la liberación que nos regala el Señor.
Jesús se presenta con autoridad: “El Espíritu del Señor está sobre mí”, porque su misión viene de la unción con el Espíritu. Y cuando concluye la lectura del profeta Isaías, Jesús proclama: “Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy”. Ya no es una promesa sino que Jesús, el Hijo de Dios, acaba de darla cumplimiento.
Esta es la maravilla de nuestra evangelización a los hombres y mujeres de hoy: que el Espíritu Santo nos precede, que el mismo Cristo nos acompaña y que a pesar de ser pobres instrumentos de Dios, vasos de barro, podemos proclamar el inmenso tesoro del Amor de Dios a nuestra generación. Y nuestros pecados, nuestras debilidades, nuestros cansancios no impiden que la brisa suave del Amor de Dios llegue a quienes escuchan nuestras pobres palabras. Es nuestra misión para los pobres, los marginados y excluidos de nuestra sociedad; para quienes se sienten solos y abandonados; para los que carecen de familia; para quienes no tienen un trabajo digno; para los emigrantes que ponen en peligro cada día sus vidas buscando una nueva tierra que les acoja; para los que carecen de libertad y se sienten amenazados por sus ideas; para los salpicados por los horrores de las guerras; para los que ya no tienen ganas de vivir; para los que no creen en nadie ni en nada; para tantos ciegos que solo el mal en los otros y no quieren reconocer sus errores…
Debemos reflexionar con sinceridad si estamos dispuestos a evangelizar. Miremos a nuestros próximos y descubramos quiénes se sienten oprimidos y encarcelados, quiénes son los excluidos hoy, quiénes cargan con el sufrimiento y la cruz, quiénes están esperando una palabra de consuelo, quiénes precisan de la esperanza como su mejor manjar. No convirtamos la evangelización en algo rutinario: a nuestro lado están esperándonos y el Señor nos envía.
Juan Sánchez Sánchez