Estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos
ángeles vestidos de blanco sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el
cuerpo de Jesús.
Ellos le preguntaron: “Mujer, ¿por qué lloras?”. Ella les contesta: “Porque se han llevado a mi Señor
y no sé dónde lo han puesto”. Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era
Jesús. Jesús le dice: “Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?”. Ella tomándolo por el hortelano,
le contesta: “Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré”. Jesús le
dice: “¡María!”. Ella se vuelve y le dice: “¡Rabboni!”, que significa: “¡Maestro!”. Jesús le dice: “No me
retengas, que todavía no he subido al Padre”. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre
mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”. María la Magdalena fue y anunció a los discípulos:
“He visto al Señor y ha dicho esto”. (Juan 20, 11-18)
Hoy después de la noche de Pascua nos toca comentar nuevamente esta Buena Noticia, y esto es
difícil ¿qué decir, después de haber celebrado que la muerte ha sido vencida? “¿Jesucristo ha
Resucitado?” se preguntan los hermanos unos a otros, “¡verdaderamente ha Resucitado!” contestan
los preguntados. Han pasado dos días y quizás a pesar de haber vivido con alegría la celebración,
ya hemos vuelto a estar tristes, decaídos, solos, sin esperanza, fastidiados y abandonados, es
posible que estemos queriendo buscar la vida en lo que nos rodea, dinero, prestigio, reconocimiento
y también es posible que nos sigamos preguntando: ¿verdaderamente Jesucristo ha Resucitado?.
Yo solo intentaré decirte hoy como reflexión a esta noticia lo siguiente: vivimos en un mundo donde
la violencia nos rodea por todas partes, Bélgica, Siria, el Líbano, Londres, Moscú y un sinfín de
atentados podríamos seguir enumerando, el egoísmo, la vanidad, el orgullo, la ira, el insulto, el
enfado sin más nos acompaña por donde quiera que vayamos. Ahora bien, si en medio de nuestra
vida, sea del tipo que sea, oímos pronunciar nuestro nombre, inmediatamente cambia nuestro
estado, primero ponemos atención para saber quién es quien nos llama por nuestro nombre;
segundo nos pone contentos por encontrarnos con un amigo, con un ser querido, o un conocido.
Este acontecimiento tan simple es poderoso en su misma sencillez; tiene la fuerza de sacarnos de
nosotros mismos, de nuestros pensamientos, de nuestras tareas, nos permite reconocer al otro, nos
permite tener un encuentro con la amistad, con el cariño, con el amor. Descubrimos en este acto al
otro y constatamos que no estamos solos en el mundo. Es garantía de que existe el amor, y este
tiene el poder de cambiarnos la vida, Dios es amor y tiene el poder de crear una persona nueva, de
hacer nueva la Creación.
Esto es lo que le pasa a María Magdalena, está triste, llora por realidades tan cercanas como el no
saber dónde se han llevado el cuerpo de Jesús; escuchar su nombre y descubrir al Maestro le
cambia la vida, pasa de la tristeza a la alegría, la pone en marcha para comunicar a los hermanos
el encuentro que ha tenido, contagia la alegría, comunica el mensaje, en definitiva hoy el Señor nos
llama por nuestro nombre y nos da una buena noticia: No está aquí, ha Resucitado.