«Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos. Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano «imbécil», será reo ante el Sanedrín; y el que le llame «renegado», será reo de la gehenna de fuego. Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda. Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo. Mateo 5:20-26
Cuando me pongo enfrente del sermón de la montaña, todo mi cuerpo se estremece ante esta nueva forma de vida que el Señor me propone. El Sermón de la montaña es la misma buena noticia de la anunciación a María de que iba a engendrar al Salvador. Si esta palabra, hoy, nos parece «amenazante» o «utópica», estamos lejos del espíritu del Reino de los Cielos. El Señor viene a escrutar «nuestra libertad» y de nuevo nos pregunta hoy: ¿Tú como vives? ¿A quién intentas cada día contentar? Porque si queremos mantener a raya a la «fiera» (mundo) llevando una «doble vida» no somos mejores que los fariseos, pues sus obras no reflejaban la fe que profesaban. El Señor nos pone en guardia, porque si nuestra forma de vivir está basada –como la del mundo– en la búsqueda de la satisfacción personal a cualquier precio, el final será la soledad y la muerte. En esta cuaresma estoy escuchando en mi interior una palabra fuerte: ¡ALÉGRATE! El Señor nos quiere regalar en esta cuaresma este «nuevo espíritu» para poder celebrar de verdad y no desde la rutina y la ley, la Pascua.
El Señor hoy nos pide nuestro deseo. Abandonar nuestras verdades, nuestros criterios, nuestra forma de ver la vida que nos lleva tantas veces a despreciar al otro, a hundir al otro, a matar con nuestras palabras y juicios al otro de forma violenta. Cuánta tristeza viene de este comportamiento, tantas enemistades «en activo» aunque educadamente no lo parezcan. Esta invitación de Jesús nos ayuda a ayunar de nuestros deseos egoístas, a ser generosos en misericordia, paciencia y amor con el que no soportamos y a pedir por aquellos por los que –sin saber muchas veces por qué– no hay una relación cordial. El profeta Isaías nos ayuda en esta empresa con su palabra: «El ayuno que yo quiero es este: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; compartir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no despreocuparte de tu hermano”. Porque, si deseamos que esta Palabra cree en nosotros un hombre nuevo, entonces: «Brillará nuestra luz como la aurora» y nuestra justicia será –a semejanza de nuestro Señor Jesucristo– la cruz dónde morimos –por la gracia de Dios– para que el mundo pueda recibir la vida.