En aquel tiempo, algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida». Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?». Él dijo: «Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre, diciendo: «Yo soy», o bien «Está llegando el tiempo»; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el final no será enseguida». Entonces les decía: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambre y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo» (Lc 21, 5-11).
El desvanecerse de los imperios de este mundo y el afianzarse del Reino de Dios, son procesos simultáneos en el devenir de la historia. Cuando la última de las potencias haya sido pulverizada, “la semilla de mostaza” alcanzará la plenitud de su desarrollo.
Aunque todos los signos que describe el Evangelio se pueden considerar ya cumplidos, antes de la caída de Jerusalén en el año 70 de nuestra era, dando paso a la irrupción del Reino de Cristo, hoy se continúa proyectando su luz, entorno a su instauración definitiva con la segunda venida de Cristo, hacia la cual tiende toda la esperanza cristiana y también la tensión de la creación entera.
En el Evangelio hay “preguntas equivocadas”, a las que Cristo se niega a responder, como esta de hoy: ¿Cuándo sucederá esto, Señor? Es precisamente la incertidumbre del momento, la que debe proveer la sabiduría de la vigilancia incesante que brota del amor. Además, en cada generación, la persecución y la seducción se hacen presentes, ya sea externa o internamente y hay que estar preparados.
Con esta palabra se nos recuerda la provisionalidad de las realidades temporales que deben dar paso a las definitivas con la venida del Señor. Poner el corazón en lo pasajero es además de una forma de idolatría, una necedad, que siempre defrauda a quienes se apoyan en lo que no es Dios. La fe por el contrario, nos ayuda a trascendernos en el Señor, la roca firme, y a recibir de él fortaleza ante los acontecimientos, y discernimiento ante los falsas esperanzas del mundo.
Detrás de cada falso mesianismo hay una palabra del Señor que nos despierta para combatir. Los ataques a la fe son temibles pero más, la seducción diabólica hacia un engañoso bienestar y una falsa paz que conducen al abismo. Se necesita la iluminación de la cruz y de la historia para reconocer al Señor en los acontecimientos y para resistir a los encendidos dardos del maligno.