En aquel tiempo, dijo Jesús: «Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido, pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por su nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.»
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos: pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entra por mí, se salvará, y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago: yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante» (San Juan 10, 1-10).
COMENTARIO
Son muchas las personalizaciones que hace Jesús a lo largo del Evangelio, cuando dice: “Yo soy”, expresión que nos lleva a la revelación del nombre de Dios en la zarza ardiente que contempló Moisés.
En el texto que hoy se proclama en la Liturgia, Jesús se presenta como puerta, y como pastor, con unas expresiones que para comprenderlas es bueno tener en cuenta lo que dirá el evangelista en el capítulo siguiente.
El Pastor bueno afirma que llama a las ovejas por su nombre y que las saca fuera. Sorprendentemente leemos en el capítulo 11 de san Juan que Jesús llama a su amigo de Betania, a Lázaro, que yace en el sepulcro, y le manda salir fuera.
El cuidado del pastor no es el de un asalariado, que lleva cuenta de las horas, y una vez terminado su tiempo se vuelve a su casa; sino que es el trabajo de quien ama a sus ovejas y está siempre pendiente de ellas, hasta el extremo de estar dispuesto a arriesgar su vida.
Cuando el creyente da fe a esta revelación entrañable, en la que Jesús asume la figura del Pastor Bueno, le surge el cántico confiado: “El Señor es mi Pastor, nada me falta…”, y desde esta confianza se atreve a cruzar la angostura de la prueba, de la oscuridad, y hasta de tentación, porque tiene certeza de que Jesús le acompaña.
Jesús se ha presentado como “Pan de Vida”; y lo hará como “Vid verdadera”. Y el creyente sabe que el Pastor bueno prepara una mesa con la copa rebosante, de vino generoso, vino de solera.
Si el Señor se muestra así, no corresponde asaltar la heredad, sino acudir a la puerta, donde Él nos espera con los brazos abiertos. No hay mayor gozo para el Padre bueno que el de ver venir a su hijo del exilio. No hay mayor gozo para el Pastor bueno, que encontrar a su oveja perdida, porque es a la que más quiere, y por eso es capaz de dejar todo, por buscar a la extraviada.
Solo queda que cada uno personalice también el texto evangélico, y nos sintamos llamados, guiados, acompañados, por tan buen pastor.