Dijo Jesús a sus discípulos: “Dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver”. Comentaron entonces algunos discípulos: “¿Qué significa eso de <dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver>, y eso de <me voy con el Padre>?”. Y se preguntaban: “Qué significa ese <poco>? No entendemos lo que dice”. Comprendió Jesús que querían preguntarle y les dijo: “¿Estáis discutiendo de eso que os he dicho: <Dentro de poco ya no me veréis pero poco más tarde me volveréis a ver>? En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría”. (Jn 16, 16-20)
Impresiona que en este breve pasaje se repita tres veces la misma frase. Afirmación, pregunta y reafirmación. Lo que separa el hoy del futuro es “poco”. Esta es la palabra que produce la perplejidad de los discípulos (y la nuestra): “¿Que significa ese <poco>?”. En la antigüedad, lo que se repite tres veces es contractual, auténtico, no es fruto de una accidentalidad del lenguaje: es la confirmación de una voluntad explícita.
Y no era una pregunta retórica. Era motivo de polémica: “¿Estáis discutiendo…?” tercia Jesús. El pasaje de los Hechos de los Apóstoles que acompaña este Evangelio, relata como Pablo, en Corinto, “discutía” con los judíos; la tensión es sobre el tema capital, la llegada o no de El Mesías.
Hoy en día seguimos enzarzados en la discusión. La pregunta por el tiempo no deja en paz a la ciencia, ni a la seria ni a la fantasiosa. Ni a la Teología ni a la Escatología. El Papa Francisco reafirma que el tiempo es superior al espacio. ¿Qué es el tiempo? ¿Qué significa ese “poco”?
El contraste entre la alegría del mundo y el llanto/lamento de los discípulos aplana el tiempo, lo estira, lo hace insufrible y, lo que es peor, da pié a la desesperación. Y como el Señor tarda nos dedicamos a golpearnos; como Moisés tardaba, había que hacer como los pueblos circunvecinos; una gran obra colectiva, el becerro de oro.
Pero, en verdad, el tiempo siempre es “poco”; a unos los sorprende la caída del telón, y a otros el tentador los ha persuadido de que la vida no es que sea una contradicción o un sinsentido, sino que, propiamente, no merece la pena (“vida cumplida” es el último eufemismo que los creadores de opinión difunden para incentivar la eutanasia). También es “un poco de tiempo” el concedido a Satanás (Ap.20 3).Larga o corta, la vida es un un lapso de tiempo que es “poco”, a nivel personal, a nivel cultural, a nivel histórico, a nivel cósmico.
Da igual. No se trata de saber mucho, muchas cosas, sino una; la verdaderamente importante. Por la cual se partía el brazo Saulo: Jesús es el Mesías. Comparada con la eternidad, la vida terrestre es “poco” tiempo. Apenas el aliento para tomar consciencia: en el desierto la mordedura de las serpientes era un aviso para despertar: “Para que escarmentaran, se les atormentó por poco tiempo” (Sab 16.6). La prefiguración de la Cruz salvífica es clara.
El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia (Sal 98 (97) 2), cantamos hoy. Ya no son los profetas, ahora es el propio Señor el que anuncia lo “poco” que falta; para volver a verlo y para la vuelta al Padre. Al padre mío y Padre vuestro: al Padre nuestro.
Los discípulos siempre están desconcertados; esto nos consuela y nos permite identificarnos con ellos. Es verdad: “No entendemos lo que dice”. No comprendemos nada, ni de Él, ni de su misión, ni de lo que las Escrituras decían sobre Él, ni, sobre todo, de nuestro breve tránsito por el llanto y el lamento. Conoce bien lo que anida en nuestro corazón, sabe que nuestra quimera de Mesías no incluye la verdad, ni el sufrimiento, ni el gran misterio de la encarnación de Dios.
Hay un “ahora” en el que el mundo esta alegre (en su euforia, también se ríe de nosotros; el banco de los burlones esta repleto), mientras nosotros lloramos y nos lamentamos, pero lo que importa resaltar hoy, en este tiempo pascual, es que todo ello dura poco, hablamos de “un poco”. Es el propio Señor quien lo asegura, es Él, el Amado, quien anuncia su salvación: “vuestra tristeza se convertirá en alegría”.
La metáfora del parto no es ninguna exageración; es exactamente descriptiva, tanto a nivel personal como a nivel “global”. La mujer cuando le llega el aprieto (como Israel que no tiene salida adelante ni retroceso posible) sufre y la incertidumbre es total ; la humanidad esta expectante “con dolores de parto”, por que vive en cortocircuito; no puede regresar al pasado ni ve salida ante las muertes que sutil o descaradamente se le presentan por delante. Pero esto durará poco tiempo; El Señor da a conocer su victoria; “vuestra tristeza se convertirá en alegría”.