Las catequesis sobre el sacramento del matrimonio en el magisterio de SS Juan Pablo II, pueden encontrarse en www.vatican.va, fueron transmitidas desde el 28 de julio del año 1982: Catequesis 87. El sacramento del matrimonio en la Carta a los Efesios (28-VII-82/1-VIII-82), hasta la catequesis 113. El amor conyugal en la Carta a los Efesios (4-VII-84/8-VII-84)
Al hablar de la familia, de entrada, tenemos que reconocer que presenciamos dolorosamente una pérdida del carácter sobrenatural de la vida conyugal; es decir, de su naturaleza santa (kiddushim)*.
El amor de Cristo a la Iglesia tiene como finalidad esencialmente su santificación*: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella… para santificarla» (Ef 5, 25-26). En el principio de esta santificación está el bautismo fruto primero y esencial de la entrega de sí que Cristo ha hecho por la Iglesia. En este texto el bautismo no es llamado por su propio nombre, sino definido como purificación «mediante el lavado del agua, con la palabra» (Ef 5-26). Este lavado, con la potencia que se deriva de la donación redentora de sí, que Cristo ha hecho por la Iglesia, realiza la purificación fundamental mediante la cual el amor de Él a la Iglesia adquiere un carácter nupcial a los ojos del autor de la Carta. & 6, 5.9.82
El mismo Cristo-Esposo se preocupa de adornar a la Esposa-Iglesia, procura que esté hermosa con la belleza de la gracia, hermosa gracias al don de la salvación en su plenitud, concedido ya desde el sacramento del bautismo. Pero el bautismo es sólo el comienzo, del que deberá surgir la figura de la Iglesia gloriosa (como leemos en el texto), cual fruto definitivo del amor redentor y nupcial, solamente en la última venida de Cristo (parusía). & 8, 5.9.82
Los cónyuges, en su amor recíproco, reciben el don del Espíritu de Cristo y viven su llamada a la santidad. (cf. FC 13), IL & 5).
Sometida como otras realidades al proceso de desacralización, la familia sufre desde hace siglos un ataque a su unidad e indisolubilidad (divorcio e infidelidad). Bañada en el proceso de descristianización de la sociedad, la familia está secuestrada por visiones humanistas sustitutivas, que hacen de ella un simple contrato, o una relación caprichosa que ya no conserva ni siquiera su carácter social. Afectada por la crisis de fe la unión conyugal experimenta una fractura, una división entre la fe y la vida, con especial repercusión en la fecundidad. Se pretende verla como una realidad eminentemente ‘secular’, ajena a toda referencia a Dios, al Bautismo y a la Iglesia.
A las puertas de la III Asamblea General Extraordinaria (5-19 octubre 2014), que es la primera etapa del futuro XIV Sínodo General Ordinario), aparece una preocupación pastoral frente a los actuales desafíos con que se enfrenta la institución familiar. Las preguntas se focalizan sobre la natalidad. Otro interrogante es: ¿cómo se entiende el derecho natural en los medios de comunicación y la cultura contemporánea? Interesan los presupuestos antropológicos de la institución matrimonial; la ideología de género; las uniones de hecho; las segundas nupcias y el acceso a los sacramentos de personas divorciadas. Las Conferencias Episcopales que prepararon el Instrumentum Laboris, consideran con valentía que existe un déficit importante en el conocimiento de la realidad sacramental del matrimonio.
En consideración al elevado porcentaje de cuantos ni siquiera tienen conciencia del significado del sacramento, en estos últimos años los contenidos de los programas de la pastoral del matrimonio sufrieron un cambio importante: de un servicio orientado únicamente al sacramento, se pasó a un primer anuncio de la fe. Se señala la necesidad de profundizar la cuestión de la relación entre fe y sacramento del matrimonio, como fue sugerido repetidas veces por Benedicto XVI. IL, 153.53.96.
La necesidad de una Nueva Evangelización, para favorecer el paso, en la vida cristiana, del individualismo a la dimensión eclesial y comunitaria de la fe:
Un encuentro personal y comunitario con Cristo, no puede ser sustituido por la simple presentación de una doctrina, aunque sea correcta. Se lamenta la insuficiencia de una pastoral que se preocupa únicamente en administrar los sacramentos, sin que a esto corresponda una verdadera experiencia cristiana atractiva*. IL & 15.
La iglesia doméstica, comunidad revelada y actuada por obra y gracia del Espíritu Santo, es el fruto visible, social y comunitario, de la victoria de Jesucristo sobre la muerte, y la manifestación anticipada del Reino de los cielos para cuantos participan por el Bautismo de su Resurrección.
Cristo Señor «viene al encuentro de los cónyuges cristianos en el sacramento del matrimonio, y permanece con ellos. En la encarnación, Él asume el amor humano, lo purifica, lo lleva a plenitud, y da a los esposos, con su Espíritu, la capacidad de vivirlo, permeando toda su vida de fe, esperanza y caridad… Los esposos son consagrados, mediante una gracia propia, edifican el Cuerpo de Cristo y constituyen una Iglesia domestica (cf. GS 48; LG 11), de modo que la Iglesia, para comprender plenamente su misterio, mira hacia la familia cristiana, que lo manifiesta de modo genuino. IL &4.
La verdad del amor entre el hombre y la mujer, solamente se ilumina plenamente a la luz del amor de Cristo crucificado. cf. Benedicto XVI, DCE 2. IL & 6.
Sagrada Familia de Nazaret,
que el próximo Sínodo de los Obispos
despierte de nuevo en todas las conciencias
la índole sagrada e inviolable de la familia,
y su belleza en el designio de Dios.
Cuando un hombre y una mujer celebran el sacramento del Matrimonio, Dios, por así decir, “se refleja” en ellos, imprime en ellos sus lineamientos y el carácter indeleble de su amor. El matrimonio es el icono del amor de Dios por nosotros. En efecto, también Dios es comunión: las tres Personas del Padre, Hijo, y Espíritu Santo viven desde siempre y para siempre en unidad perfecta. En esto consiste precisamente el misterio del Matrimonio: de los dos esposos Dios hace una única existencia» Papa Francisco, Audiencia General del 2 de Abril de 2014; IL, 35.
Continuación de su Teología del Cuerpo, (Catequesis 1-86), el Papa Wojtyla hace presente con un rico contenido pastoral, el fundamento de su magistral teología sacramental.
Se trata del hombre, varón y mujer: isha porque del ish ha sido tomada, en las perspectivas de la inocencia original y de la justicia, que son ‘una sola carne’ creada a imagen y semejanza de Dios ‘desde el principio’ (Gn); que experimentan la concupiscencia dentro del corazón (Mt 5,27-28), por consiguiente hablamos del hombre necesitado de ‘redención’; y, finalmente, se trata del hombre (varón y mujer) considerado en las perspectivas escatológicas de la resurrección de los cuerpos, cuando «ni tomarán mujeres ni maridos» (cf. Lc 20, 35).
*Como la que se da en la Iniciación cristiana del Camino Neocatecumenal .
Todos estos aspectos, el sacramento primordial, la caída, la escatología, forman parte de la óptica teológica de la «redención de nuestro cuerpo» (Rom 8, 23). &2 de la Catequesis 87. El sacramento del matrimonio en la carta a los Efesios (28-VII-82/1-VIII-82)
San Pablo, dice el Papa, considera el cuerpo
En su significado metafórico, el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, como en su significado concreto el cuerpo humano en su perenne masculinidad y feminidad, en su perenne destino a la unión en el matrimonio, como dice el libro del Génesis: «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer; y vendrán a ser los dos una sola carne» (Gén 2, 24). &3
La pregunta sobre la sacramentalidad del matrimonio presente en la Carta a los Efesios, no recibirá respuesta sino después de un incisivo recorrido por las Escrituras, en particular por el libro del Génesis, los profetas, el Cantar de los Cantares, y el Libro de Tobías.
La descripción de las relaciones entre Cristo y la Iglesia toma de los escritos de los Profetas del Antiguo Testamento la bien conocida analogía del amor nupcial entre Dios y su pueblo escogido. Sin examinar estas relaciones resultaría difícil responder a la pregunta cómo la Carta a los Efesios trata de la sacramentalidad del matrimonio. &4.
El pensamiento del papa Wojtyla apunta que estas dos realidades se cruzan, la sacramentalidad del matrimonio con la teología del cuerpo.
Efectivamente, el sacramento según el significado generalmente conocido, es un signo visible. El cuerpo en su aspecto visible significa la «visibilidad» del mundo y del hombre. Así, pues, de alguna manera -aunque sea de forma muy general– el cuerpo entra en la definición del sacramento, siendo él mismo «signo visible de una realidad invisible», es decir, de la realidad espiritual, trascendente, divina. Con este signo -y mediante este signo- Dios se da al hombre en su trascendente verdad y en su amor. El sacramento (…) es un signo eficaz (…) la produce y contribuye eficazmente a hacer que la gracia se convierta en parte del hombre y que en él se realice y se cumpla la obra de la salvación presente en los designios de Dios desde la eternidad y revelada plenamente por Jesucristo.
La Iglesia está reflejada en la Iglesia doméstica y necesita de ella para conocerse a sí misma, pero además,
El número 22 de la Gaudium et spes, afirma que la Iglesia «revela -de modo especial- el hombre al hombre y le indica su altísima vocación» &5.
Trataremos, dice el Papa, de comprender el matrimonio como sacramento primordial, en la dimensión de la Alianza y de la gracia, y después, en la dimensión del signo sacramental. &6.
El autor de la Carta a los Efesios, (…) ruega al Señor para que los hombres conozcan plenamente a Cristo como cabeza: «…le puso por cabeza de todas las cosas en la Iglesia que es su cuerpo la plenitud del que lo acaba todo en todos» (1, 22-23). La humanidad pecadora está llamada a una vida nueva en Cristo, en quien los gentiles y los judíos deben unirse como en un templo (cf. 2. 11-21). El Apóstol es heraldo del misterio de Cristo entre los gentiles, a los cuales se dirige sobre todo, doblando «las rodillas ante el Padre», y pidiendo que les conceda, «según la riqueza de su gloria, ser poderosamente fortalecidos en el hombre interior por su Espíritu» (3, 14. 16). &1.
En base de esta novedad de vida entendida como vocación a participar del misterio de Cristo en la Iglesia, que es un misterio de amor en la dimensión de la cruz y de unidad en la diversidad de los dones recibidos, el Apóstol
exhorta a conservar la unidad subrayando al mismo tiempo que esta unidad se construye sobre la multiplicidad y diversidad de los dones de Cristo. A cada uno se le ha dado un don diverso, pero todos, como cristianos, deben «vestirse del hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdaderas» (4, 24). A esto está vinculada una llamada categórica a superar los vicios y adquirir las virtudes correspondientes a la vocación que todos han obtenido en Cristo (cf. 4, 25-32). El autor escribe: «Sed, en fin, imitadores de Dios, como hijos amados, y caminad en el amor, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros… en sacrificio» (5, 1-2). &2.
El bautizado pasando de las tinieblas a la luz, ha hecho Pascua con Jesucristo en su sangre. Sale de una confusión de lenguas y deseos, de un desorden caótico de tinieblas, de un individualismo* febril, enquistado en los vicios, para pasar gracias al Amor y al Bautismo, a la comunidad familiar y eclesial.
«Fuisteis algún tiempo tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor; andad, pues, como hijos de la luz» (5, 8).
Esta conciencia eclesial y pascual no va de sí, no es una fórmula de conducta social consensuada, es la realidad del nuevo nacimiento por el Bautismo que permite vivir eucarísticamente, en acción permanente de gracias dentro de la comunidad eclesial.
«Llenaos del Espíritu (…) dando siempre gracias a Dios Padre por todas las cosas en nombre de nuestro Señor Jesucristo, sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo» 15, 20-21).
Afirma Juan Pablo II
Podemos constatar fácilmente que el contenido esencial de este texto «clásico» aparece en el cruce de los dos principales hilos conductores de toda la Carta a los Efesios: el primero, el del misterio de Cristo que, como expresión del plan divino para la salvación del hombre, se realiza en la Iglesia; el segundo, el de la vocación cristiana como modelo de vida para cada uno de los bautizados y cada una de las comunidades, correspondiente al misterio de Cristo. & 3.
La vocación cristiana, concebida así, debe realizarse y manifestarse en las relaciones entre todos los miembros de una familia: por lo tanto, no sólo entre el marido y la mujer (5, 22-23); entre padres e hijos (6, 1-4); sino también como deberes de los siervos con relación a los amos y viceversa, (cf. 6, 5-9), &4.
En el & 5 encontramos el comentario a Ef. 6, 21-24 versículos que presentan una invitación a la lucha espiritual. Juan Pablo II concluye esta introducción anunciando:
En el primer análisis trataremos de clasificar el significado de las palabras: «sujetaos los unos a los otros en el temor de Cristo» (5, 21), dirigidas a los maridos y a las mujeres.
Catequesis 88. Vida cristiana de la familia (4-VIII-82/8-VIII-82).
*Los síntomas se ven: la supremacía del yo/nosotros; los frutos: egoísmo/capacidad y voluntad de dar la vida.