Prosiguiendo la síntesis teológica y pastoral de las catequesis de San Juan Pablo II, muy actuales por el hecho de la presente celebración en Roma de la Asamblea Extraordinaria que preparará el futuro Sínodo sobre la Familia, que tratará de ‘La vocación y la misión de la Familia en la Iglesia y en el mundo’, recordamos la centralidad de Jesucristo, Vivo y Resucitado, en el proceso de santificación de los esposos* que experimentan la vida matrimonial dentro del sacramento que les fue dado como don y tarea, don y ethos.
Una aclaración necesaria es que los sacramentos de la Iglesia, son sacramentos de la fe. Una fe adormecida tiene por fruto un matrimonio ligth, una fe muerta invalida el sacramento, en ese caso se desaconseja su celebración. Con la desaparición de la fe se esfuma el misterio de la presencia de Dios Creador y de Jesucristo Redentor en el lenguaje del cuerpo, en la relación interpersonal de los esposos, como en el interior del hogar-templo de Dios.
Quitado el Crucificado de la cabecera del tálamo nupcial, da lo mismo sustituirlo con un Picasso que con un hermoso paisaje sentimental. Ninguno de ellos hace presente nada del misterio que se está celebrando en la realidad de los dos ser ‘una sola carne’ a imagen y semejanza de Dios, ni ese lienzo pintado será nunca llamada a la responsabilidad.
La santidad conyugal está referida al hecho que el Único Dios desposa a Israel como a una novia en el desierto por el don de la ley (de santidad). ‘Sed santos, porque yo soy santo’, con una misión cara a las naciones. ‘¿Hay un Dios que esté tan cerca de nosotros, como lo está Yhwh de nosotros?’
San Juan Pablo II continúa su reflexión sobre el carácter sacramental del matrimonio.
Ese «misterio grande» es el misterio de la unión de Cristo con la Iglesia, que el Apóstol presenta a semejanza de la unidad de los esposos: «Lo aplico a Cristo y a la Iglesia» (Ef 5, 32). Nos encontramos en el ámbito de la gran analogía, donde el matrimonio como sacramento, es descubierto de nuevo (…) como fruto del amor nupcial de Cristo y de la Iglesia, vinculado con el misterio de la redención.
*http://www.larazon.es/damesuplementos/losservatore/2014-10-12_OSS/index.html#/13/zoomed
El Santo Padre Francisco, “Ante las reliquias de cónyuges modelos”, los beatos Marie Azélie Guérin y Louis Martin, padres de Santa Teresa del Niño Jesús, y los beatos Maria Corsini y Luigi Beltram Quatrocchi.
San Pablo exhorta a los esposos (…) a aprender de nuevo este sacramento en base de la unión nupcial de Cristo y de la Iglesia (…) El hombre y la mujer, participan en el amor creador de Dios mismo (…) han sido llamados en virtud de esta imagen a una particular unión (communio personarum), unión (que) ha sido bendecida desde el principio con la bendición de la fecundidad (cf. Gén 1, 28).
Esa originaria y estable imagen del matrimonio como sacramento, se renueva cuando los esposos cristianos -conscientes de la auténtica profundidad de la «redención del cuerpo»- se unen «en el temor de Cristo» (Ef 5, 21).
Cristo se ha convertido en Esposo de la Iglesia, ha desposado a la Iglesia como a su Esposa, porque «se entregó por ella» (Ef 5, 25). Por medio del matrimonio como sacramento (las) dos dimensiones del amor, la nupcial y la redentora, juntamente con la gracia del sacramento, penetran en la vida de los esposos.
Esa vinculación del significado nupcial del cuerpo con su significado «redentor» es igualmente esencial y válido para la hermenéutica del hombre en general; para el problema fundamental de su comprensión y de la auto comprensión de su ser en el mundo. En esta vinculación encuentran los esposos la respuesta al interrogante sobre el sentido de «ser cuerpo», de ser hombre y mujer. Cfr. &5.
La continencia por el Reino de los cielos
¿Acaso no es el amor nupcial, con el que Cristo «amó a la Iglesia», su Esposa, «y se entregó por ella», de idéntico modo la más plena encarnación del ideal de la «continencia por el reino de los cielos» (cf. Mt 19, 12)?
El significado nupcial del cuerpo se completa con el significado redentor, (…) también, por ejemplo, en el multiforme sufrimiento humano, más aún: en el mismo nacimiento y muerte del hombre. A través del «misterio grande», de que trata la Carta a los Efesios, a través de la nueva alianza de Cristo con la Iglesia, el matrimonio queda incluido de nuevo en ese «sacramento del hombre» que abraza al universo, en el sacramento del hombre y del mundo, que gracias a las fuerzas de la «redención del Cuerpo» se modela según el amor nupcial de Cristo y de la Iglesia hasta la medida del cumplimiento definitivo en el reino del Padre.
Catequesis 103. El matrimonio sacramento y la significación esponsal y redentora del amor (15-XII-/19-XII-82). &1-6.8.
Las palabras del consentimiento tienen carácter sacramental, y son pronunciadas por los novios, ahora esposos, como ‘ministros’ del sacramento.
Las palabras mismas «Te quiero a ti como esposa -esposo-» se refieren no sólo a una realidad determinada, sino que puede realizarse sólo a través de la cópula conyugal. Esta realidad (la cópula conyugal) por lo demás viene definida desde el principio por institución del Creador: «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer; y vendrán a ser los dos una sola carne» (Gén 2, 24).
El matrimonio, como sacramento de la Iglesia, se contrae mediante las palabras de los ministros, es decir, de los nuevos esposos: palabras que significan e indican, en el orden intencional, lo que (o mejor: quien) ambos han decidido ser, de ahora en adelante, el uno para el otro y el uno con el otro. Las palabras de los nuevos esposos toman parte de la estructura integral del signo sacramental, no sólo por lo que significan, sino, en cierto sentido, también con lo que ellas significan y determinan.
Los dos, como hombre y mujer, al ser ministros del sacramento en el momento de contraer matrimonio, constituyen al mismo tiempo el pleno y real signo visible del sacramento mismo.Las palabras que ellos pronuncian no constituirían de por sí el signo sacramental del matrimonio, si no correspondiesen a ellas la subjetividad humana del novio y de la novia y al mismo tiempo la conciencia del cuerpo, ligada a la masculinidad y a la femineidad del esposo y de la esposa. (…) La estructura del signo sacramental sigue siendo ciertamente en su esencia la misma que «en principio». La determina, en cierto sentido, «el lenguaje del cuerpo», en cuanto que el hombre y la mujer, que mediante el matrimonio deben llegar a ser una sola carne, expresan en este signo el don recíproco de la masculinidad y de la femineidad, como fundamento de la unión conyugal de las personas.
El signo del sacramento del matrimonio se constituye por el hecho de que las palabras pronunciadas por los nuevos esposos adquieren el mismo «lenguaje del cuerpo» que al «principio». Le dan una expresión intencional en el plano del intelecto y de la voluntad, de la conciencia y del corazón. Las palabras «Yo te quiero a ti como esposa – como esposo» llevan en sí precisamente ese perenne, y cada vez único e irrepetible, «lenguaje del cuerpo» y al mismo tiempo lo colocan en el contexto de la comunión de las personas: «Prometo serte fiel, en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y amarte y honrarte todos los días de mi vida». De este modo, el «lenguaje del cuerpo»* perenne y cada vez nuevo, es no sólo el «substrato» sino, en cierto sentido, el contenido constitutivo de la comunión de las personas. Las personas -hombre y mujer- se convierten de por sí en un don recíproco. Llegan a ser ese don en su masculinidad y femineidad, descubriendo el significado esponsalicio del cuerpo y refiriéndolo recíprocamente a sí mismo de modo irreversible: para toda la vida.
La administración del sacramento consiste en esto: que en el momento de contraer matrimonio el hombre y la mujer, con las palabras adecuadas y en la relectura del perenne «lenguaje del cuerpo», forman un signo, un signo irrepetible, que tiene también un significado de cara al futuro: «todos los días de mi vida», es decir, hasta la muerte. Este es signo visible y eficaz de la alianza con Dios en Cristo, esto es, de la gracia, que en dicho signo debe llegar a ser parte de ellos, como «propio don» (Cfr. 1 Cor. 7).
Se convierten en esposos de modo socialmente reconocido, y que de esta manera se ha constituido en su germen la familia como célula social fundamental. (…) Desde el punto de vista de la teología del sacramento, la clave para comprender el matrimonio sigue siendo la realidad del signo, con el que el matrimonio se constituye sobre el fundamento de la alianza del hombre con Dios en Cristo y en la Iglesia: se constituye en el orden sobrenatural del vínculo sagrado que exige la gracia. En este orden el matrimonio es un signo visible y eficaz.
El sacramento del matrimonio, de esta manera, está al servicio de misión de la Familia:
La «unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad» (Gaudium et spes, 24). La liturgia del sacramento del matrimonio da forma a ese signo: directamente, durante el rito sacramental, sobre la base del conjunto de sus elocuentes expresiones; indirectamente, a lo largo de toda la vida. El hombre y la mujer, como cónyuges, llevan este signo toda la vida y siguen siendo ese signo hasta la muerte.
Catequesis 104. El «lenguaje del cuerpo» en la comunión del matrimonio sacramental (5-I-83/9-I-83). & 1-7.
*Del cuerpo que habla y se expresa con lenguaje profético, con personalidad regia y sacerdotal por el Bautismo, lo cual inspira el rechazo de todo cinismo, de toda mentira.