Las relaciones recíprocas del marido y de la mujer deben brotar de su común relación con Cristo.
Es sorprendente que la segunda parte de la frase paulina (Efesios 5, 21-33.)tome un lugar principal en la identidad del ser esponsal, podríamos afirmar invirtiendo la formulación original: en el temor de Cristo, estén sujetos los unos a los otros. Es lo que desarrolla en primer lugar el Papa Wojtyla, en su comentario del &1, de su Catequesis 89.
En cinco párrafos de las catequesis sobre el carácter sacramental del matrimonio cristiano, aparece más de diez veces la reciprocidad, la (añadir: complementariedad y suprimir: igualdad) del lenguaje del cuerpo, en presencia de la primacía de Cristo:
a) la mujer, en su relación con Cristo -que es para los dos cónyuges el único Señor-
b) puede y debe encontrar la motivación de esa relación con el marido, que brota de la esencia misma del matrimonio y de la familia. & 3.
Al tiempo que la comunidad o unidad también supone que
b) el marido esté sujeto a la mujer, y
a) sometido en esto al Señor
b) a través de una recíproca donación, que es también una mutua sumisión. &5.
A esta particular relación intersubjectiva, Juan Pablo II la llama el fundamental principio parenético de la communio personarum:
“Dios que ama al hombre –varón y hembra- (a); y el hombre – varón y hembra – que es amado responde por amor (b), a Dios y al prójimo”. Se refiere al amor recibido-amor dado (pedido porque dado*).
Como se ve no se trata de un principio moralista, o de una exigencia de sumisión machista, feminista, cultural, o religiosa, sino eminentemente de una gracia, el don de la redención cuya finalidad es el amor y la unidad visibilizadas en el sacramento que está al origen y en el desarrollo de la iglesia doméstica.
*La Deus Caritas Est de Benedicto XVI afirma: El Amor puede ser pedido, porque antes es dado.
Se trata de respeto por la santidad, por lo sacrum: se trata de la pietas que en el lenguaje del Antiguo Testamento fue expresada también con el término «temor de Dios» (cf. por ejemplo, Sal 103, 11; Prov 1, 7; 23, 17; Sir 1, 11-16), esta pietas, nacida de la profunda conciencia del misterio de Cristo debe constituir la base de las relaciones recíprocas entre los cónyuges.
A menudo, en las catequesis parroquiales preparatorias al matrimonio, queda pendiente de una explicitación el hecho de ser los esposos imagen de la relación de Cristo con la Iglesia. Los pastores, sin abandonar algunos temas de actualidad, quedamos absorbidos por las notas clásicas del sacramento, como son el amor, base y sustento de la entrega mutua; la libertad en la elección del esposo-esposa; la apertura a la vida, la indisolubilidad del vínculo.
La particular identidad y misión conyugal en el amor, va a ser abordada por el Papa, hasta exponer un texto magisterial para la teología sacramental del matrimonio.
El misterio de Cristo debe llevarlos a estar «sujetos los unos a los otros»: el misterio de la elección, desde la eternidad, de cada uno de ellos en Cristo «para ser hijos adoptivos» de Dios. & 2.
La mujer, en su relación con Cristo -que es para los dos cónyuges el único Señor- puede y debe encontrar la motivación de esa relación con el marido, que brota de la esencia misma del matrimonio y de la familia. La fuente de esta sumisión recíproca está en la pietas cristiana, y su expresión es el amor. & 3.
Y vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres»… «Las casadas estén sujetas a sus maridos». El amor excluye todo género de sumisión, en virtud de la cual la mujer se convertiría en sierva o esclava del marido, objeto de sumisión unilateral.
Múltiples factores de índole psicológica o de costumbre,
a) se transforman en esta fuente y ante este modelo, de manera que
b) hacen surgir, diría, una nueva y preciosa «fusión» de los comportamientos y de las relaciones bilaterales. & 5.
«Gran misterio es éste, pero entendido de Cristo y de la Iglesia», misterio que se realiza por el hecho de que Cristo, que con acto de amor redentor amó a la Iglesia y se entregó por ella, con el mismo acto se ha unido a la Iglesia de modo nupcial, como se unen recíprocamente marido y mujer en el matrimonio instituido por el Creador. «La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Lumen gentium, 1). & 6.
Este texto del Vaticano II no dice: «La Iglesia es sacramento», sino «es como un sacramento», indicando así que de la sacramentalidad de la Iglesia hay que hablar de modo analógico y no idéntico respecto a lo que entendemos cuando nos referimos a los siete sacramentos que administra la Iglesia por institución de Cristo.
La sacramentalidad de la Iglesia está constituida por todos los sacramentos, mediante los cuales ella realiza su misión santificadora; es fuente en particular del Bautismo y de la Eucaristía, como se deduce del pasaje, ya analizado de la Carta a los Efesios (cf. Ef 5, 25-33). La sacramentalidad de la Iglesia permanece en una relación particular con el matrimonio: el sacramento más antiguo. &7(15-22.VIII.82)
La Iglesia no es meramente un sujeto pasivo, también ella ama a Cristo con el mismo amor con que es amada, entregándose junto con Él al Padre por los hombres, los pecadores, cuantos aún no le conocen: lo que san Pablo comprende como humanidad asumida por Cristo y entregada al Padre en el Espíritu Santo, cuando dice llevo en mi cuerpo los sufrimientos de Cristo por su Iglesia, lo que falta aún a su Pasión por la humanidad
El autor del texto a los Efesios, al escribir sobre las relaciones recíprocas de los cónyuges, descubre en ellas la dimensión del misterio de Cristo. «Las casadas estén sujetas a sus maridos como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia y salvador de su cuerpo. Y como la Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres a sus maridos en todo. Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella.» (5, 22. 23).
De este modo, la enseñanza propia de esta parte parenética de la Carta en cierto sentido se inserta en la realidad misma del misterio oculto desde la eternidad en Dios y revelado a la humanidad en Jesucristo. En la Carta a los Efesios somos testigos diría, de un encuentro particular de ese misterio con la esencia misma de la vocación al matrimonio. ¿Cómo hay que entender este encuentro? & 7.
El matrimonio se convierte en signo visible del eterno misterio divino, a imagen de la Iglesia unida con Cristo. De este modo la Carta a los Efesios nos lleva a las bases mismas de la sacramentalidad del matrimonio.
La Iglesia es ese cuerpo que -estando sometido en todo a Cristo como a su cabeza- recibe de Él la plenitud de la salvación como don de Cristo, el cual «se ha entregado a sí mismo por ella» hasta el fin. && 4. 5. 22.8.82.
La Iglesia es ella misma en tanto en cuanto, como cuerpo, recibe de Cristo, su cabeza, todo el don de la salvación como fruto del amor de Cristo y de su entrega por la Iglesia. Ese don de si al Padre por medio de la obediencia hasta la muerte (cf. Flp 2, 8), es al mismo tiempo, según la Carta a los Efesios, un «entregarse a sí mismo por la Iglesia».
En esta expresión, diría que el amor redentor se transforma en amor nupcial:
Cristo, al entregarse a sí mismo por la Iglesia (al Padre), con el mismo acto redentor se ha unido de una vez para siempre con ella, como el esposo con la esposa, como el marido con la mujer, entregándose a través de todo lo que, de una vez para siempre, está incluido en ese su «darse a sí mismo» por la Iglesia.
De este modo, el misterio de la redención del cuerpo lleva en sí, de alguna manera, el misterio «de las bodas del Cordero» (cf. Ap 19, 7). Puesto que Cristo es cabeza del cuerpo, todo el don salvífico de la redención penetra a la Iglesia como al cuerpo de esa cabeza, y forma continuamente la más profunda, esencial sustancia de su vida. Y la forma de manera nupcial, ya que en el texto citado la analogía del cuerpo-cabeza pasa a la analogía del esposo-esposa, o mejor, del marido-mujer. & 6. (29.8.82).
Juan Ignacio Echegaray