Un sábado, atravesaba el Señor un sembrado; mientras andaban, los discípulos iban arrancando espigas.
Los fariseos le dijeron: «Oye, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?»
Él les respondió: «¿No habéis leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus hombres se vieron faltos y con hambre? Entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes presentados, que sólo pueden comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros.»
Y añadió: «El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado.»(Marcos 2, 23-28)
Los ordenancistas doctores de la ley acechaban a los discípulos y criticaban estas pequeñas cosas, para desacreditar a Jesús como profeta: “un revolucionario, que no cumple la ley y viene con nuevas teorías, a darnos lecciones como enviado de Dios”.
Pero el evangelio no da puntada sin hilo, Jesús, aprovecha la circunstancia para demostrar su conocimiento detallado de la escritura, con el breve ejemplo de David y sus hombres, que comieron de los panes de las ofrendas, apuntando que, fue “en tiempo del sumo sacerdote Abiatar”.
La recolección de espigas no era”una pequeña cosa”. Nos dice el teólogo Andrés Manrique que “este pasaje es solo un marco para que Jesús exponga su criterio. En el judaísmo, el quebrantamiento del sábado, se consideraba un abandono de la fe de Israel y se castigaba con la muerte, e incluso, muchos murieron antes que profanar el sábado.” No se podía curar a un enfermo, como lo vemos dos veces en San Lucas, y una en San Juan, en las que el Señor quebranta el descanso sabático.
Jesús pronuncia una frase central en su evangelio: “El sábado se hizo para el hombre”. Deja muy claro qué el ser humano, con sus necesidades corporales y espirituales, es lo primero para Dios. Toda estricta exigencia de la ley la deshumaniza.
El comportamiento ante un supuesto delito tiene que ser analizado en su contexto; el hombre debe ser juzgado según sus circunstancias personales. Hoy los tribunales lo pretenden así y la figura del abogado defensor existe hasta en los juicios de los más crueles asesinos y les garantiza este derecho.
Toda organización humana tiene unos fines que cumplir y supuestamente para eso se crea, y se promulgan las leyes. Pero frecuentemente, los que ostentan el poder se aferran a las leyes, para que no haya fisuras en su intento de dominio.
Si una institución, por el corporativismo, la costumbre, los intereses económicos, y sobre todo el empeño de conservar su influencia, su status, su prestigio, no consigue el bien del hombre, va contra el fin para el cual fue instituida. La existencia de esta institución queda invalidada, y ella misma se destruye.
El sábado es la ley de Dios expresada en las tablas en el Sinaí. Están puestas para evitar la destrucción de la criatura y de la sociedad en la que vive. Dios nos envía el folleto de instrucciones para un mejor uso de nosotros mismos y nuestras malas tendencias personales y sociales. Se nos ha concedido este camino para ascender al conocimiento y, si lo queremos, la amistad con Dios. Todo ha sido pensado por la sabiduría y providencia del Creador para la mejor y más facil convivencia, para ser conducido poco a poco con la gracia, a la felicidad prometida.
“No se hizo el hombre para el sábado” nos hace pensar que la iglesia, con sus leyes y normas, su clero, su jerarquía, sus pastores ha sido instituida para allanar los caminos del hombre, en su torpe marcha ascendente hacia la verdad. El fin son todos los seres humanos que sufren el dolor, la guerra, la enfermedad, el sentimiento de culpa, el horizonte de la muerte, la carencia diaria del pan material y espiritual… Para ellos se ha creado el sábado.
Y termina el pasaje con la frase de Jesús “El hijo del hombre es el señor del sábado” Jesús se llama a sí mismo dueño de la ley, lo que nos llev a a un tema muy profundo: entonces Dios es el único que puede castigar. La misión de la Iglesia ante el quebrantamiento de la ley es el perdón y la ayuda para levantarse, este es el fin del sacramento, porque sólo Dios conoce en profundidad el corazón del hombre, sus circunstancias y su respuesta a las gracias que ha recibido. Sólo el Señor del sábado puede emitir un juicio, salvar o condenar.