Este Rezongón, nos está saliendo un poco “carca” -que no es lo mismo a lo que por entonces sólo conocíamos la expresión parecida… “caca”-. ¡Mira que va y dice el muy “inorante” que hay un “Índice” para las lecturas que todos y a cualquier edad deberíamos respetar y consultar antes de leer un libro…! ¡Si es que con tanto ordeno y mando nos van a quitar hasta la libertad… ¿no?! Bien es verdad, que el Rezongón de antaño, como servidor ahora, no pretendía aconsejar; decía, nada más. Pues bien, hecho personaje con el de A-J-47- “radio Valladolid transmite”, digo nada más que en aras de la libertad convertida en libertinaje por arte de birlibirloque, hemos mandado el Índice “a freír puñetas”. Por lo general leemos poco y de lo poco, mejor cuanto peor.
Porque el Rezongón que esto escribe es un católico escritor-articulista, les digo a continuación las sentencias de quien aprendí lo que rezongo, que son estos puntos de Camino escritos por “el Santo de lo ordinario” (San Josemaría): “No dejes tu lección espiritual. La lectura ha hecho muchos santos”. “Libros: no los compres sin aconsejarte de personas cristianas, doctas y discretas. —Podrías comprar una cosa inútil o perjudicial ¡Cuántas veces creen llevar debajo del brazo un libro… y llevan una carga de basura!”
Les puedo asegurar que ignoro si nuestra santa madre tenía o no el Índice, pero sí que el mueble librería del dormitorio del rezongón estaba repleta de la mayoría de los grandes clásicos de la literatura en nuestro siglo de oro. Amén de las más famosas fábulas de Anderssen que, leídas repetidas veces, sabía de memoria. Tampoco podían faltar, en lugar aparte, las lecturas comunes a los niños de la época: tebeos, el guerrero del antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín, Carpanta… Devorados unos y otros -y más que sería prolijo enumerar- sin deformación peligrosa alguna para los insaciables lectores.
En la adolescencia Emilio Salgari fue uno de nuestros más íntimos amigos con Sandokán, Yáñez, Kanmamuri. Y el Mariana, la isla de Mompracem…, como nuestra propia casa. Literatura, si no de calidad, absolutamente inocua. Nada en contra de los muchos y buenos escritores modernos, pero toda la prevención, y tantas veces rechazo, hacia los que ingenuamente (¿) utilizan el sexo más burdo como gancho de sus escritos. O peor, un descarado adoctrinamiento seudocultural so capa de libertad de expresión. Como me da que tendrán ustedes rezongón para rato, completen si les pete a ustedes: “y que conste que no pretendo aconsejar: yo…”
Carlos de Bustamante