Porque me pete y no creo infringir derechos de autor, inicio una nueva serie tomando como base lo escuchado hace como “1200 años” (más de 70) en E-A-J-47 Radio Valladolid transmite. Como antecedente he de decir primero que las Lire, Telefunken, Claripsión, y otras radios de cuyas marcas no me acuerdo, fueron instrumentos revolucionarios en las familias. Y lo fueron tanto, que a punto estuvieron de abrir con ellas una nueva era. Por supuesto la del progreso; término éste no siempre indicador de bondad para los que entramos, cuasi de golpe en ella. En cierta manera, aunque todavía incipiente, rompió o menguó la costumbre de las tradicionales visitas. Reuniones familiares, de amigos… con acompañamiento o no de chocolate con picatostes. O por la austeridad, casi nunca trágica de los tiempos de posguerra, reuniones a palo seco. Creo recordar que en una de ellas, alguien contaba las excelencias del nuevo artilugio, fruto del progreso imparable: ¡la radio!
Tras reunión del consejo familiar: madre y seis hijos, se barajó la posibilidad de introducir el huésped en casa. Entusiasmo en los niños. Como vivido hoy recuerdo las concienzudas deliberaciones de una marca que fuera buena, bonita, ¡y barata!.
Por cuenta propia, seis pares de ojos contemplaron atónitos las maravillas expuestas en los establecimientos del ramo. Nuestra madre, más serena aunque también ilusionada, recurrió al consejo de un comerciante de confianza. Aconsejó la Lire. Y la Lire ocupó el lugar preferente en el cuarto de estar. Instalada con parsimonia y con aire de suficiencia, el técnico de casa Vaquero nos dejó ensimismados con los compases de un pasodoble como si la orquesta estuviera dentro de casa. Informados de las complicadas instrucciones de manejo…, la Lire fue el huésped habitual en las ahora más silenciosas reuniones de las progresivamente olvidadas visitas.
Mejor o peor, de verdad que no lo sé, pero sí y muy seguro que, a partir de entonces, tuvimos a diario visitas entretenidas y ¡baratas! que no precisaban chocolate ni picatostes…
Si bien es verdad que la novedad tuvo frecuentes repercusiones en el boletín de notas, no lo es menos que todos adquirimos una nueva culturilla en el verbo de correcto castellano de locutores -nuevo término en nuestro común vocabulario- famosos, ¡ay!, hasta casi nuestros días.
Reglamentado el horario de audiencia con protestas, pero acatado, tuvimos permiso para escuchar a diario y hora fija, El REZONGÓN. Siento no recordar quién era el personaje, pero sí perfectamente que los temas eran de lo más variado y entretenido: noticias de actualidad, locales vallisoletanas, nacionales, internacionales, políticas, religiosas, sociales, civiles, militares… y tan largo etc, que el fondo de armario (¿) era, y fue, inagotable. Una característica que me es grato traerá colación, porque pienso utilizar, es que la charla literario-satírica siempre finalizaba: “Y que conste, que no pretendo aconsejar; yo… digo nada más”. Y lo decía superior o como los ángeles (quien lea entienda).
De no menos calidad y permiso para escucharlo, fue la competencia al Rezongón de la siempre agradable Croniquilla local de nuestro añorado y después amigo-¡quién lo iba a decir!- Francisco Javier Martín Abril de gratísima memoria y corrector o dador del vº bº, junto a Miguel Delibes, y Fernando Altés Bustelo de los artículos que escribí como corresponsal-colaborador cuasi diario durante cuatro años en El Norte de Castilla.
Dicho como antecedente lo del Rezongón más el vanidoso y añadido comentario posterior, ya saben ustedes de qué va a ir la cosa en esta nueva serie, que si Dios es servido, serán ustedes mis ¿improbables? sufridores . Sea como sea, ya lo saben: y que conste que no pretendo aconsejar; yo… digo nada más.