En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Éste es el Cordero de Dios.» Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?» Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?» Él les dijo: «Venid y lo veréis.» Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).» Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).» (San Juan 1,35-42)
Todavía se sienten los destellos de las luces navideñas y el eco de los villancicos se mezclan con el alboroto familiar que llenaban nuestras casas. Nos encanta ver a la familia reunida: los hijos ya formados, los nietos, los sobrinos… No nos quedemos en el plano afectivo, en lo terreno, en lo temporal. Este Evangelio nos invita a descubrir el tiempo en el que vivimos. Estos hombres buscaban algo más allá que el dinero que les aportaba la pesca; la satisfacción de realizar un trabajo que los dignificaba; la tranquilidad que les procuraba cumplir la ley. Quizá buscaban a un líder sólido como Juan el Bautista, pero se encontraron con un Cordero; él ya los conocía: sabía sus nombres. Tenía planes para ellos pero quería conocer sus intenciones de su propia voz: «¿Qué buscáis?» —les preguntó— Es la misma pregunta que nos hace hoy a nosotros para que nos alejemos de la inercia. Yo siento hoy que necesito contestar. Porque si busco dinero, prestigio, realización, seguridad, belleza, éxito, me he equivocado de persona. Para conocer el porqué de nuestra tristeza, de nuestros problemas matrimoniales, de nuestra relación con los hijos, de la insatisfacción de la vida que hoy nos toca vivir, es imprescindible contestarnos a esta pregunta. Este Cordero de Dios nos invita a seguirle hasta su casa, sin peros, sin excusas: cuando quieras, como quieras, donde quieras. Seguir al mundo es mucho más fácil porque no implica movimiento, todo lo contrario: el mundo nos atrapa en el sillón, con el móvil, con las redes sociales, con el ordenador, con los vicios y nos esclaviza y nos incapacita para relacionarnos con los demás. Era tan importante para el evangelista este momento, que se acuerda perfectamente de la hora: la hora décima. Dos horas antes de que acabara el día. Para mí esto hoy es una llamada de atención que me hace recordar al apóstol: «Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz.» (Rom 13, 11-12)