En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?»
Ellos les contestaron: «Sí.»
Él les dijo: «Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.»
Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí (San Mateo 13, 47-53).
COMENTARIO
San Mateo no era pescador, era recaudador de impuestos y conocía bien las ganancias de pescado. Jesús desde la barca había puesto ejemplos agrícolas, semillas, cizaña, buen trigo, mostaza, etc. Hoy toca la selección que debe hacer el hombre: la Palabra de Jesús, es como red en el mar humano, aglutina a buenos y malos, del antiguo o del nuevo vivir, campesinos o pescadores, buscadores de perlas y tesoros, porque su esencia es la gracia de Dios ofrecida a todos seamos como seamos.
Es la única parábola de redes y peces del Evangelio en la que la esencia no es la pesca, sino la repesca que harán los pescadores y los ángeles. En la barca de Pedro, con Jesús pasaba de todo. Tormentas, pescas milagrosas, púlpito de la Palabra a la gente en la orilla… pero, tras hablar mucho de agricultura, Jesús se fija en la red y en los pobres pececillos que no les sirven para nada a nadie. Separados de los gordos y sabrosos, los tiran. Cualquiera que haya visto en la playa sacar una red, sabe que los pescadores tiran de nuevo al mar los que no les gustan. Allí nacieron, con sus espinas y venenos, sus colores y formas horribles o preciosas. El mar es su sitio y quizás serán alimento de los peces gordos. Recuerdo pasar horas enteras viendo sacar las redes a la playa, y admirando aquellos “peces malos” que tirados L orilla volvían al mar. Por sus colores, armas defensivas, formas y tamaños, eran mucho más atractivos que los jureles o boquerones, ricos y buenos, pero que veía luego fritos en la comida. Aquellos peces que nadie quería tenían su encanto. Y Dios los vestía a su modo admirable.
Jesús no es pescador pero conoce los peces que lleva cada hombre dentro, buenos o malos para su mesa. Lanzar la red, esperar que llene, recogerla, sentarse en la playa, separar los peces buenos y ponerlos en canastas para la venta, es la penúltima función trabajosa de la pesca. Después, limpios, salados o asados, a la brasa o al horno, pasan al mesa. En el mundo de los peces los que van a la brasa y al horno ¡son los peces buenos!, los que sirven para la buena mesa de un hombre disfrutador de su delicia. Si los peces malos vuelven libres a su mar, a muchos les gustaría ser así y vivir en “su ambiente”, para no acabar en el estómago de un hombre. Obviamente ese no es el sentido de la parábola y por eso pregunta Jesús si lo han entendido, porque iban a ser pescadores de hombres, y a preparar la repesca definitiva de los ángeles en el último día del banquete en el Reino.
Dice Mateo lo que pasará a los hombres malos, pero no a los buenos. Eso lo había dicho en el sermón de la montaña (Mt. 5), y será el final de su Evangelio. Se supone que irán a la mesa del Reino tras la repesca angélica, para hacer la delicia de su Señor y los invitados, para comer o para ser comidos, que en el Reino es igual, y todo acaba en simbiosis, en una misma y única vida, diversa, esplendorosa. La gran obra de Jesús es “ser alimento”, Eucaristía para todos. Por eso pregunta ¿habéis entendido esto?, porque su palabra hay que entenderla en lo que Él dice y hace, con sentido de relación al Reino, que incluye “el fin del mundo”. Ángeles expertos en separar a los justos de los malos, y la realidad a la que puede enfrentarse la humanidad es ¡el horno de fuego! ¿Es el purgatorio? ¿El infierno? No nos gusta hablar de ellos, pero ahí están, son Noticia.
Llama la atención la figura casi escondida en el Evangelio del escriba sabio que se ha hecho “discípulo del Reino”. Sabe sacar provecho de lo viejo y de lo nuevo. ¿Sería José de Arimatea? ¿Nicodemo? En Mateo ese “escriba” anónimo, que seguía a Jesús a escondidas, recibía sus mensajes y alguna vez lo vemos apoyarlo públicamente. Hoy estaría escondido entre la gente y lo pone de ejemplo Jesús sin venir a cuento con las parábolas, pero como el sentido de todas: encontrar el tesoro de lo antiguo y hacerlo campo propio, donde se cultiva lo viejo y lo nuevo. Es el que comprende la Palabra de Moisés y del Evangelio, sacando provecho de los peces buenos y de los malos, como el mismo Jesús, que de los “peces malos”, los que nadie quiere, hace Evangelio, Noticia que estimula para llegar al Reino.
La frase de hoy podría ser: «¿Habéis entendido todo esto?», pero aplicada en otra clave a la oración personal y de la Iglesia. Ahí los peces son los pensamientos, impulsos, decisiones, distracciones y gracias. Los hay de todas clases, y echando la red en la Palabra, se va llenando nuestra alma de ellos en tiempo de oración. Lo que Él ha creado y lo que nosotros tenemos y queremos, todo lo que hay en nuestro mar sale a flote. Hasta las distracciones son peces vivos que llenan nuestra red. Cada uno escoge y tira. Según lo que tenga en su cesta, él será escogido o tirado también. Me apunto a escoger el Evangelio. Se aprovecha entero.