En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: “La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.
Quedaos en la misma casa comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa.
Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que halla en ella, y decidles: “El reino de Dios ha llegado a vosotros” (San Lucas 10, 1-9).
COMENTARIO
Setenta y dos, no solo es un número lleno de significados y simbolismos (72 es, en la leyenda, el número de demonios de Salomón; su templo tenía 72 habitaciones; según la cábala judía, es el número de nombres que tiene Dios; 72 minutos es la duración de la Novena Sinfonía de Beethoven y el número de veces que la masa de la Tierra es superior a la de la Luna). Se refiere a todos nosotros. Primero envía a los doce y después a todos nosotros. Hace también referencia a las setenta y dos ciudades paganas, por lo que nos está hablando de que la evangelización es misionera, los envía a anunciar el mensaje salvador a los que no lo conocen. Por tanto el número simboliza la totalidad, todos los cristianos llamados a ser apóstoles, discípulos y misioneros
Y los envía de dos en dos porque representan a la Iglesia misionera. No vas por tu cuenta.
Muchas veces pensamos que la misión ocurre en otro continente o en otro país, que consiste en “llevar cosas” a los pobres. No es así, en realidad la misión es para todos los días. Somos los portadores de la paz en nuestra vida; en el cada día; en la familia, el trabajo, el colegio, entre los vecinos…
Significa generar encuentro. Ir al encuentro del otro, sentarnos, mirarnos a los ojos y poder compartir la propia vida y contarnos la buena noticia y lo que Dios obró en la vida de cada uno y poder juntos dar gracias y bendecir. Por tanto la misión se realiza en un grupo, una parroquia, un movimiento, un encuentro, una pastoral, un coro… pero una Iglesia (asamblea) al fin y al cabo, que es misionera y que busca también generar Iglesia.
Si nos fijamos, la primera consigna que encomienda a estos 72 es la oración: …” rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Ni vamos por nuestra cuenta, ni para predicar nuestros criterios; por eso es preciso la oración conjunta reconociendo que somos como la mies y que tenemos un dueño.
Y a continuación la segunda consigna: “¡poneos en camino!”. Nuestra tendencia es a aburguesarnos, pararnos en una situación ideal o al menos, menos mala: …”que me quede como estoy”. La Iglesia es movimiento, es caminar en el mundo, en la vida. Todo nos impele al movimiento que te va transformando incluso físicamente como signo de lo que debe ser nuestro andar por la vida con un destino concreto. Estamos “DE PASO”, en movimiento.
Somos enviados en medio de lobos que nos rodean y nos tientan para impedir que llevemos el mensaje que les encarga: LA PAZ. Por eso debemos ir ligeros de equipaje. ¿Y cuál es tu equipaje que te pesa y te impide caminar y por el que los lobos te harán desistir? No solo son las cosas materiales que creemos tan necesarias. También hay otros equipajes, algunos poco deseables: tus taras; tus lamentos; tus dolores; tus cobardías; tus juicios… O al revés, cosas que pueden parecerte imprescindibles y útiles: tus valores humanos; tus habilidades; tu cultura; tus títulos; tus aportaciones; tu erudición… Aligera tu equipaje, solo necesitas ser enviado. Jesucristo no te engaña, vas entre lobos, la misión no es fácil y tendrás enemigos (Mt 10, 16-18), pero también se nos muestra cercano y consolador, como en Jn 16,33: “En el mundo tendréis tribulaciones; pero ánimo, yo he vencido al mundo”
Y no saludéis a nadie por el camino, porque la misión es urgente y todo lo demás es secundario. No dice que debas ser grosero, pero no vamos enviados para hacer afectos; desasirnos de algunos afectos es algo imprescindible para caminar ligeros de equipaje.
“Quedaos en la misma casa comiendo y bebiendo de lo que tengan”. Los fariseos, cuando iban en misión, iban prevenidos. Pensaban que no podían confiar en la comida que no siempre era ritualmente “pura” (Kosher). Por esto llevaban alforja y dinero para poder cuidar de su propia comida. Así, en vez de ayudar a superar las divisiones, estropeaban mucho más la vivencia de los valores comunitarios. Los discípulos de Jesús deben comer lo que la gente les ofrece. No pueden vivir separados, comiendo de su propia comida. Esto significa que deben aceptar compartir la mesa. Es una hermosa referencia a la Eucaristía, donde todos comemos el mismo pan. El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan. Esa es la Iglesia que nace de la eucaristía.
…”comed lo que os pongan, curad a los enfermos que halla en ella…”. Los discípulos deben curar enfermedades, curar a los leprosos y expulsar los demonios. Esto significa que deben acoger dentro de la comunidad a los que fueron excluidos. Es la comunión de mesa. Hospitalidad, compartir, comunión alrededor de la mesa, acogida a los excluidos: son los pilares que sostienen la vida comunitaria.
Anunciar el Reino no es prioritariamente enseñar verdades y doctrinas, sino llevar a una nueva manera de vivir y de convivir como hermanos desde la Buena Noticia que Jesús nos trae, lo primero llevar la paz, y por fin: …” y decidles: El reino de Dios ha llegado a vosotros”.
En un reino hay solo un rey, desechemos los demás, no entronicemos a nadie más. Se anuncia que la vida está en volverse a este único Dios con el arrepentimiento por nuestras idolatrías y desafortunados deseos. Pero para arrepentirnos tenemos que ver nuestros errores, conocer nuestros pecados y reconocerlos significa luchar por apartarlos de nosotros. Esto no es agradable para todos. Muchos, primero se niegan a ver sus pecados, y luego se niegan a luchar contra sí mismos para seguir a Cristo. Y muchos prefieren perseguir al mensajero que te hace sentirte denunciado. No quieren la conversión sino un cambio de rey, alguien que me dé la razón, que me ponga la vida fácil, que no me denuncie. El mejor rey: mis criterios, mi razón, YO MISMO.
Por eso nuestra misión no es para uno solo, sino para vivirla en comunidad, comunión que da la fuerza del Espíritu y nos hace saltar de alegría al ponernos en camino como en Pentecostés (Hch 2).