En aquel tiempo, a unos fariseos que le preguntaban cuándo iba a llegar el reino de Dios Jesús les contestó: «El reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí; porque mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros.»
Dijo a sus discípulos: «Llegará un tiempo en que desearéis vivir un día con el Hijo del hombre, y no podréis. Si os dicen que está aquí o está allí no os vayáis detrás. Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así será el Hijo del hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser reprobado por esta generación» (San Lucas 17, 20-25).
COMENTARIO
Me viene a la memoria una vecina de mi pueblo que probablemente apenas sabría leer y escribir pero que albergaba en sí la sabiduría de la experiencia. Abrió la puerta a unos “testigos de Jehová” que le anunciaron la inminencia del “fin del mundo” y esta les recriminó: “¡A ver si son ustedes más serios, porque ya llevan anunciadas un montón de fechas y aquí no pasa nada!”… y cuando no son éstos son los milenaristas o los del “calendario maya” o los adventistas de no sé qué día. Incluso aquellos que consideran las religiones como algo del pasado tienen sus “neo-profetas” agoreros del holocausto nuclear o del irreversible desastre ecológico. Desde que no se cree en Dios se cree en cualquier cosa. El caso es que, de una u otra forma, la apocalíptica sensacionalista siempre ha vendido (por cierto, con pingües beneficios para sus agoreros, que “para dos días que le quedan a este convento, bien que me… (aprovecho de lo haya) dentro.”). Tampoco estuvieron muy lejos de esta mentalidad algunos de los primeros cristianos. Pablo tiene que poner sobre aviso (“el que no trabaje, que no coma”) contra los “parásitos de la comunidad” que, esperando la inminencia de la parusía “vivían muy ocupados en no hacer nada” (Cf. 2Tes. 3, 10-11).
Creo que el texto de hoy tiene la intención de cambiar la pregunta. Ante la curiosidad morbosa de lo que se avecina, querer controlar el futuro o el miedo a que nos pillen con el pie cambiado, lo que ha de preocupar no es “cuándo”, ni siquiera “dónde”; sino “cómo”. No es lo mismo cuándo van a pasar los acontecimientos que cómo se pueden vivir los acontecimientos. En el griego existen dos palabras para definir el tiempo: “Cronos”, el suceder inexorable de los hechos sin vuelta atrás, el tiempo como fatalidad, el tiempo que cuanto más se quiere acaparar antes se escapa de las manos, el tiempo que hace patente que vamos irremediablemente hacia la vejez y la muerte y que es representado por el dios que devora a sus hijos. O el “kairos”: el tiempo de gracia; el tiempo que hace memoria del pasado con gratitud, mira hacia el futuro con esperanza y vive el presente como oportunidad; el tiempo que se nos hace un instante pero que hace que ese instante sepa a eternidad. El tiempo de Dios.
No recuerdo el personaje pero si la anécdota de un santo al que le preguntaron qué haría si le dijesen que le quedaban muy pocas horas de vida. Su respuesta fue contundente: “Lo que estoy haciendo ahora mismo”. Eso es vivir ya en el reino de Dios: El “evangelio” siempre es “buena noticia”, por tanto asociar la llegada del reino de Dios a no sé qué oráculos con olor a chamusquina y escenas de la “guerra de las galaxias” es lo más contradictorio al futuro ya presente propuesto por Jesús. La llegada del reino de Dios no es espectacular como no lo fue la llegada del que lo inauguró con su presencia. Discreto en su nacimiento: en una cuadra; discreto en su vida: el hijo del carpintero y discreto en su muerte: entre malhechores. Solo reconocido por los pobres en el espíritu; por eso ellos son los ciudadanos del reino de Dios, fermento en la masa, sal que se diluye, semilla que muere para dar mucho fruto y luz como el fulgor del relámpago a la que le basta un instante para iluminar de oriente a occidente.
De los otros: “no vayáis ni corráis detrás”. No hay que indagar fuera lo que se lleva dentro. Sin dejar de buscar… sin dejar de caminar…
HISTORIA DE UN CAMINANTE
Salió Abraham a caminar por el desierto
y no había más que arena.
Caminó muchos días y muchas noches.
Aprendió a mirar lejos, muy lejos.
Sus ojos eran profundos
como la Tierra Prometida
que estaba al fondo del desierto
después del último montículo de arena.
Se hizo su mirar largo como el horizonte.
Sabía pisar la tierra con la mirada colgada del infinito
Plantaba cada noche la tienda del futuro
sobre la arena fugitiva del presente.
Y gritaba cada mañana: jTierra!, jTierra!
como el navegante del océano perdido.
Y anunciaba día a día lo nuevo.
Y maldecía lo viejo,
lo razonable y lo honesto.
Caminó Abraham hasta su muerte
sin saber a dónde iba
en busca de la Tierra Prometida.
Y llevaba consigo a cuestas
la Tierra Prometida…
Patxi Loidi (Mar Rojo).