Nos encontramos ante una de las cartujas más notables de Europa durante varios siglos, hoy día monasterio benedictino, y visita turística obligada por la belleza artística de su conjunto y del entorno natural donde se encuentra. En pleno Valle del Lozoya, a un tiro de piedra de la localidad madrileña de Rascafría, el Real Monasterio de Santa María de El Paular aparece impávido entre las altas montañas que lo rodean. La misma palabra paular procede de “povolar”, que significa abundancia de álamos blancos.
Como señalan los historiadores, tres son los hitos en los que se agrupa la trayectoria de este monasterio mandado construir por Juan I de Castilla: El Paular-Cartuja (1390-1835), El Paular desamortizado (1835-1954) y El Paular recuperado para la vida monástica (1954-hasta la actualidad).
El 29 de agosto de 1389, coincidiendo con la festividad de la degollación de San Juan Bautista, patrón del monasterio, comienza la construcción de lo que será la primera cartuja de Castilla y la sexta de toda España. Desde un primer momento el Real Monasterio de Santa María de El Paular gozó de un destacado esplendor económico y cultural, ayudado por una intensa actividad agrícola, ganadera, industrial y comercial. “Todo el Valle de Lozoya —señala el Padre Miguel, el prior— vivía del monasterio. Tenía una cabaña real de 86.000 ovejas merinas, cañada real propia, derecho a caza y pesca, más de 500 colonos trabajando a su servicio… Además, en la ciudad de Madrid, donde hoy día se encuentra el Círculo de Bellas Artes y la Real Academia de San Fernando, en la calle Alcalá, disponían los cartujos de una hospedería para cuando debían desplazarse a la capital para tratar algún asunto en la Corte real. Todavía se conserva en la fachada la imagen de San Bruno, del escultor Manuel Pereira. Cuentan las crónicas que Felipe IV cada vez que pasaba por ahí mandaba detener el carruaje para contemplar la belleza de esta escultura”.
Sin embargo, la tristemente célebre Ley de Desamortización de Mendizábal termina en 1835 con esta prosperidad de más de cuatro siglos, obligando a ser cedido al Estado. Tanto la pinacoteca como la biblioteca son expropiadas y dispersadas por diferentes lugares del territorio español.
Transcurrido más de un siglo, en 1954 se decide rescatar al monasterio del olvido y devolverle su identidad. Ante la imposibilidad de la Orden de los Cartujos de retomarlo, se le entrega en usufructo a la Orden Benedictina por un período de treinta años; de ahí que el monasterio siga perteneciendo al Ministerio de Cultura. En 1984 se renovó por otros tantos y en el año 2014, fecha en que se concluirá por segunda vez este convenio, se espera hacerlo de nuevo.
“no te hablé a escondidas”
El Paular es un priorato; nunca ha sido abadía ni en sus momentos de máximo esplendor. De las 21 congregaciones que forman actualmente la Orden Benedictina, solo dos se encuentran insertadas en España: la congregación francesa de Solesmes o Congregación Solesmense, a la que pertenece, por ejemplo, la abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, y la congregación italiana de Subiaco o Congregación Sublacense, del monasterio que nos ocupa.
Se trata esta última de la congregación benedictina más numerosa. La Provincia Hispánica está formada, en nuestro país por las abadías de “Nuestra Señora de Montserrat” (Barcelona), “San Julián de Samos” (Lugo), “Nuestra Señora de Valvanera” (Logroño), “Santa Teresa de Lazkao” (Guipúzcoa), y por los prioratos de “Nuestra Señora de Estíbaliz” (Álava) y “Santa María de El Paular” (Madrid); y fuera de nuestras fronteras por los monasterios de Medellín y Guatapé, en Colombia, y dos más en Brasil.
La comunidad actual está formada por dos sacerdotes: el P. Miguel, que es el prior, y el P. Joaquín Cruz; cinco hermanos: el Hermano Agustín, el Hermano Joaquín Tena, el hermano Eulogio, el Hermano Martín y otro hermano más, ya profeso, que se encuentra en casa discerniendo sobre su vocación; un novicio y un postulante.
“Si existe vocación o no se intuye desde el primer momento —señala el P. Miguel—. Hasta por teléfono lo podemos percibir, ya que por sus preguntas sabemos a qué dan prioridad. A veces notamos que no existe una vocación, pero por caridad se le abre la puerta y el mismo aspirante descubre que no la tiene. Cuando la llamada es seria, no hay nada que la apague; el joven hace una experiencia y se va a casa, pero acaba volviendo. No hay duda de que son tiempos difíciles para las vocaciones. ¡Hasta en los profesos cala el ambiente de secularización! Pero siempre hay esperanza; en la misa conventual de los domingos nos llena de alegría ver tanta gente joven”.
“mirad al que traspasaron”
Todos ellos siguen la vida monástica, fieles al modelo transmitido por San Benito, del que son herederos y continuadores: vida litúrgica, trabajo manual e intelectual, recepción de huéspedes, acompañamiento a los visitantes y atención pastoral a la vida sacramental que se desarrolla en la Iglesia del Monasterio. Sus fuentes de ingreso provienen de las visitas guiadas, la tienda de recuerdos, la hospedería y las bodas, aunque últimamente ha descendido el número de estas. “De todos modos siempre experimentamos que Dios es providente”, añade confiado el prior.
Desde maitines hasta completas rezan todo el oficio divino en comunidad, y aprovechan la tarde para la meditación personal en la celda. A continuación de vísperas se celebra la eucaristía, el centro de la vida contemplativa. El rezo de Laudes y Vísperas está abierto a cuantos deseen unirse a estas oraciones comunitarias.
Cuando la nueva comunidad benedictina se instaló, se procedió a la restauración del monasterio, dado que se encontraba en un estado bastante lamentable. Todavía se conservan algunas celdas originales que pueden ser visitadas. Grandes y diáfanas, contaban con una planta baja, dos pisos donde el cartujo residía según la estación del año, y un pequeño jardín. Llama la atención la puerta de acceso tan estrecha y pequeña, fiel reflejo de la que conduce a la santificación. A su lado se encuentra el torno por el que le pasaban la comida al monje. De una de estas celdas se habilitaron nueve para los inquilinos benedictinos.
Al haber sido cartuja, todavía mantiene muchos de sus elementos característicos, tanto arquitectónicos como ornamentales, como por ejemplo las numerosas figuras de San Bruno, el fundador de la Orden, o varios escudos con siete estrellas, que simbolizan al santo y los seis primeros compañeros que junto con él se retiraron a Chartreuse (cerca de Grenoble) donde fundaron la primera Cartuja en el año 1084.
“el Señor está conmigo: no temo”
Paseando por su bello claustro, obra del arquitecto de la reina Isabel la Católica, Juan Guas, en el que cada galería es diferente, podemos admirar la colección de 54 cuadros de gran formato (dos se han deteriorado) que el padre prior Juan de Baeza encargara en 1626 a Vicente Carducho (Florencia 1576-Madrid 1638), pintor de cámara de Felipe IV. En ellos el pintor barroco plasma algunos hechos relevantes de la historia de la Orden y también escenas de la vida de San Bruno, desde su conversión hasta su muerte.
Los cuadros estuvieron expuestos desde 1632 hasta la desamortización de Mendizábal en 1835, cuando el Estado los expolia y traslada al Museo de la Trinidad en Madrid, el actual edificio que alberga hoy el Ministerio de Agricultura, cerca de Atocha. Cuando este museo cerró sus puertas, El Prado se hizo cargo de su pinacoteca, que albergaba más de tres mil lienzos. Los 56 que formaban parte de la colección de Carducho se diseminaron por todo el territorio español. En la guerra civil la mayoría de ellos se encontraban almacenados en Tortosa (Tarragona). Tras ser restaurados, desde julio de 2011 han sido devueltos a su lugar original. “Providencialmente, en el lugar donde se han colocado los cuadros solo hay sitio para 54. De estar la colección completa no hubieran cabido. Hace poco nos visitó el párroco de la iglesia de San Sebastián en Madrid, y nos enseñó el certificado de matrimonio del pintor, que todavía se conserva”, relata el P. Miguel.
“Estar rodeado de tanto arte e historia siempre es un estímulo para la fe, aunque a la cima de elevación de estas escenas no seamos capaces de llegar. Haber sido precedidos por tantas almas que buscaban al Señor también ayuda” .
El Padre Miguel Muñoz es el prior desde el año 2003. Nacido en Enguera (Valencia) hace 65 años, confiesa que desde bien pequeño ya sentía el deseo de ser cura. “De joven pertenecí al movimiento juvenil Junior y me involucré en la parroquia. Como el coadjutor estaba vinculado al movimiento de Taizé, comentábamos las cartas del Hermano Roger, que iban calando en mi espíritu. Incluso llegamos a hacer un viaje hasta Taizé, experiencia de la que guardo muy buenos recuerdos. Ahí comencé a plantearme seriamente la vocación. Poco después tuvo lugar un hecho inesperado que cambió mis circunstancias familiares: mi madre murió de repente y a los 41 días fallecía también mi hermana. Esto me dio el empuje definitivo para probar la vida monástica. Hice una experiencia de tan solo cuatro días en el monasterio jerónimo de Yuste y me cautivó. Aunque volví a mi trabajo y a mi vida normal, en mi cabeza y mi corazón continuaba rondándome la idea. Me puse más aún al servicio en la parroquia, pero me faltaba algo. Repetí la experiencia en Yuste y definitivamente decidí optar por la vida monástica. En el año 1983 ingresé como novicio, éramos diez jóvenes en total. ¡Estaba feliz! Pero por cosas que Dios permite, un día, por un malentendido con el prior me marché a casa. Al poco, uno de los novicios, que era sacerdote, se puso en contacto conmigo y me invitó a conocer El Paular; y desde que entré por primera vez, supe que era mi sitio. En 1985 hicimos los dos nuestra profesión temporal. Dios es el que lleva la vocación. Se ha valido de todo para traerme aquí, que es donde quiere que esté; de la muerte de mi madre y mi hermana, pues por dependencia afectiva me hubiese costado más seguir la llamada; ¡y hasta de mi orgullo!
El Padre Joaquín Cruz, natural de Madrid, es el ecónomo y enfermero de la comunidad. Tiene 59 años y se autodenomina de vocación tardía, ya que se decidió por la vida monástica a los 46 años de edad. “En otras épocas no me hubiesen dejado entrar tan mayor. Siempre he tenido una vida de fe, a excepción de los años de la adolescencia que viví un poco más separado. A los 38 años comencé a implicarme en la parroquia. Siento una inclinación especial por los ancianos, con lo que además hacía un voluntariado en un Centro de Día. Trabajaba como representante de ropa, pero cada vez dedicaba más horas a los ancianos. Comencé a pensar en la vocación. Mi ideal era la vida consagrada activa, como los Hermanos de San Juan de Dios o los Camilos, pero sentía que necesitaba más vida de oración. Como frecuentaba El Paular, el Padre Eulogio, el anterior prior ya fallecido, me dijo: “Lo tienes muy fácil. ¿Quieres viejos?, aquí tienes; ¿quieres recogimiento y oración?, aquí tienes; ¿quieres vida comunitaria?, aquí tienes. Haz una experiencia de un mes”. Así lo hice. Han pasado ya doce años desde que ingresé y hasta me he ordenado sacerdote, que nunca me lo hubiera imaginado. He encontrado la perla que andaba buscando. Doy gracias a Dios porque me deja vivir feliz en su casa”.
“paz a vosotros”
El Hermano Agustín es el mayor de los monjes, con 52 años transcurridos desde que profesó sus votos. Nacido en Vitigudino (Salamanca) hace 87 años, y aunque padece Alzheimer, alegra los recreos de la comunidad con su jovialidad y su sentido del humor. Repite las cosas con asiduidad, pero los hermanos le demuestran en todo momento su cariño y ternura. “Los ancianos en los monasterios son muy venerados porque son un pozo de sabiduría”, comenta el P. Miguel.
“Yo nací en Vitigudino, buen pueblo de pesca si tuviera río”, son sus primeras palabras de presentación. “Me llamo Agustín, pero no me parezco nada al santo. Aquí estoy contento y feliz, y no lo cambio por nada. A mí me dicen: elige lo que quieras, ¡mira, hay duros! No los quiero”, comenta con firmeza. Apuntan los monjes que una de sus hermanas es priora benedictina. Su madre se llamaba Mónica y él siente mucha admiración por San Agustín; tanta que, cuando al entrar en la Orden le propusieron cambiar el nombre, se negó rotundamente. “Llevo el nombre de Agustín con mucho gusto, fue un gran santo. Estoy contentísimo aquí. No tengo miedo a la muerte; confío en la misericordia de Dios y voy feliz a su encuentro”.
Antonio, el postulante, tiene 37 años y es de Madrid, donde trabaja como vigilante del Metro. Son muchas las ocasiones en las que ha hecho la maleta y se ha presentado en el monasterio para compartir unos días con los monjes. Con ellos comparte la vida de comunidad, el rezo, el trabajo, el recreo, a excepción del capítulo. “Voy a estar aquí durante mis vacaciones. La vida contemplativa me llama mucho la atención; me gusta ser un poco eremita y otro poco cenobita. Aquí encuentro tranquilidad, una felicidad sencilla y mucha libertad. No me dan miedo los votos, porque sé que Dios basta. Estoy en sus manos y en las del prior, que tiene que discernir sobre mi vocación”.
Benvindo es de Cabo Verde, tiene 40 años y es el único novicio. Se encarga de la lavandería y de preparar el refectorio. “Nací en una familia católica de siete hijos, donde se nos educó en la fe cristiana. Desde joven comencé a ayudar en la parroquia con el coro, las catequesis… y poco a poco me fui enamorando de Dios. Él ha ido concretando mi vocación. A través de una monja amiga vine aquí hace ya tres años y, si Dios quiere, el día de la Ascensión, el 20 de mayo próximo, profesaré los votos temporales. A veces surgen dudas, pero sirven para reflexionar y para seguir fundamentando mi vida sobre Dios, que es la roca. La humildad es fundamental para obedecer y la disponibilidad también, porque lo contrario es rebeldía. La austeridad ayuda. El demonio me ataca con el juicio, pero sé que si no veo a Cristo en el rostro del hermano es imposible amarlo. Le pregunto al Señor, como Samuel, ¿qué quieres de mí? La respuesta la encuentro en la alegría en la vida que me da” .
El Hermano Joaquín Tena, de 36 años, ha nacido en Egea de los Caballeros (Zaragoza). “Nunca imaginé que acabaría en un monasterio, pero hace nueve años que hice los votos perpetuos y estoy feliz”.
El Hermano Eulogio, nacido en Posadas (Córdoba) es el más veterano de todos, con más de 53 años de vida monástica. Tanto él como el Hermano Martín, natural de Alfaro (La Rioja) no pudieron ofrecer su testimonio por encontrarse ausentes.
Pablo tiene 35 años y es de Madrid. Si hace unos meses le llegan a decir que acabaría conviviendo con una comunidad de monjes de clausura, se le escaparía una carcajada. Pero como los caminos del Señor son inescrutables, allí está él rezando la Hora Sexta y comiendo todos los días con los benedictinos. Se trata del vigilante de seguridad que el Ministerio de Cultura ha provisto para la protección de la colección de Carducho.
“Reconozco que mi trabajo es excepcional. Proteger unos cuadros dentro de un monasterio de clausura y convivir con los monjes no es muy normal. Yo no soy practicante, pero me gusta estar con ellos en el rezo de la Hora Sexta y comer juntos. Me han acogido muy bien. Hay mucho cachondeo por este tema con mis amigos, pero poco a poco lo van viendo con naturalidad. Si tuviese que salir de aquí y volver a Madrid, perdería bastante”. “Reza con devoción”, apunta el prior para sonrojo de Pablo.
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Han transcurrido más de seis siglos desde los inicios de su construcción. Cientos de años donde monjes y naturaleza realizan una perfecta simbiosis de alabanza y gloria a Dios. “Teníamos dos sauces llorones grandes y frondosos, protegidos por la Comunidad de Madrid. Uno de ellos había sido plantado por el Hermano Javier cuando llegó al monasterio, y llegó a ser un ejemplar impresionante. Pasaron los años, murió el Hermano Javier y al poco murió el árbol”.
Son momentos de incertidumbre; sin embargo, la confianza en Dios les hace afrontar el futuro con esperanza. “El Señor hará lo que convenga. No debemos angustiarnos”, señala convencido el P. Miguel.
1 comentario
Me llamo Luis Fernando : Vivo en Valladolid .siento que el Señor me pide y me consagre a él como monje y así lo dicen los que me conocen.
Tengo casa, coche, soy independiente económicamente.pero siento algo en mi vida,y las cosas de este mundo no me llenan.
Soy de Misa diaria, hago una hora de oración todos los días, lectura espiritual,rezo el Oficio divino enetero , todos los días, dirección espiritual y confesión frecuente, estoy soltero ,me podía haber casado, pero no prefiero vivir la castidad y el celibato entrgándome por entero al Señor . Soy de vocación tardía , al mismo tiempo que he estado trabajando y estudiando a la vez.Quiero ser monje no como refugio , sino para consagrarme a Dios,y vivir para él.