En aquel tiempo, Jesús dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se acercaron a decirle: «Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.»
Él les contestó: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema: así será el fin del tiempo: el Hijo del Hombre enviará a sus ángeles y arrancarán de su Reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga» (San Mateo 13, 36-43).
COMENTARIO
San Mateo dedica el capítulo 13 de su evangelio a explicar por qué Jesús enseña mediante parábolas. Habla de las parábolas del sembrador, del trigo y la cizaña, del grano de mostaza, de la levadura, del tesoro escondido en el campo, de la perla de gran valor y de la red echada en el mar, finalizando con la dificultad que encuentra Jesús para que le escuchen, porque nadie es profeta en su tierra…
Y en el evangelio de hoy se centra en la parábola del trigo y la cizaña. Ha sido una dura jornada y, ya en casa, los discípulos piden a Jesús que les ofrezca luz sobre esa parábola. Y Jesús lo hace, tal vez como un signo de la necesidad de tener el oído y el corazón abiertos a la palabra de Dios. Algunos especialistas piensan que tal vez no se trata de la explicación del propio Jesús, sino que es de la comunidad, pues una parábola pide la implicación y la participación de las personas.
Estamos en un mundo rural y Jesús utiliza distintas situaciones que tienen que ver con los oficios de esa época. Caminaban durante todo el día pero es de suponer que los discípulos al acabar la jornada conversarían con Jesús, más en pequeño grupo, más en intimidad. Aprovechando estas ocasiones, Jesús enseñaba y formaba a sus discípulos. Jesús recuerda cada uno de los seis elementos de la parábola y les da un sentido: “el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo…es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles”.
La clave está en la cizaña, una planta de tallo ramoso, hojas estrechas y espigas anchas y planas con granos que contiene un principio tóxico. Se la conoce en algunas regiones como “falso trigo”, y crece espontáneamente en los sembrados y es difícil de extirpar. Pero en esta parábola es sembrada por el enemigo, el Maligno. Algunos consideran que la cizaña es una verdadera plaga y se asocia a distintas situaciones de la vida cotidiana que nos muestran el daño que puede hacer: puede crear enemistad, y hablamos de «meter cizaña» o «sembrar cizaña»; también recuerda a un “vicio”, que se mezcla entre las buenas acciones o costumbres. Lo cierto es que esta espiga espléndida tiene un problema: su harina es directamente venenosa. Conviene aclarar esto, porque esta explicación nos puede hacer entender la necesidad de que, al cortarla, sea llevada directamente al fuego. Una parte del trigo, el mejor, no se consume sino que se reserva como semilla; pero el único destino de la cizaña es el fuego; hay que exterminar su capacidad de reproducirse y emponzoñar los sembrados. La cizaña al horno y el trigo al granero.
Tenemos que hacernos la pregunta de qué prevalece en nuestra vida, el trigo o la cizaña, las buenas obras o los frutos plagados de cizaña. Este evangelio es una catequesis sobre el fin del mundo: “Lo mismo que se arranca la cizaña y se echa al fuego, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino todos los escándalos y a todos los que obran iniquidad, y los arrojarán al horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».
El trigo es imagen de vivir en la Verdad. Mientras que pueden situarse junto al Padre de la mentira a los partidarios del dinero, la violencia, la muerte, la cobardía y a quienes, disfrazados de progreso, se alinean en la lucha contra la vida. Pero como ocurre en la parábola no tenemos derecho a juzgar a nadie sino que hemos de creer en la esperanza de que incluso quienes hayan sido públicamente cizaña en la vida puedan transformarse antes de que llegue la siega final. Ahora es tiempo de misericordia, no de juicio, porque Cristo no ha venido a juzgar sino a salvar.
El cristiano, que sigue a Cristo, ofrece su vida a la evangelización, que consiste en buscar a la oveja perdida, a las personas atrapadas por la cizaña y la mentira, para que conozcan la buena noticia del Amor de Dios y su programa de Vida Eterna. En realidad cualquier persona, incluso la más repleta de cizaña, está llamada a la salvación, por pura gracia y misericordia del Señor.