Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Acudió tanta gente, que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla.
Les habló mucho rato en parábolas: «Salió el sembrador a sembrar. al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol. se abrasó, y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos ciento, otros sesenta, otros treinta. El que tenga oídos, que oiga» (San Mateo 13, 1-9).
COMENTARIO
Jesucristo sale de la casa ¿cuál? En otro pasaje se nos refiere que el hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza (Lc 9,57). El mismo es casa, hogar, donde habita le plenitud de la divinidad (Col 2,9-17). Una vez le preguntaron: “Maestro ¿dónde moras? Venid y veréis” (Jn 1,35-43). Su cuerpo es el mismo templo (Jn 2,13-22)
Pero en este pasaje sale de una casa… para sentarse a orillas del mar. Y allí, en la arena de la orilla, se congregaron grandes muchedumbres, primicias de la iglesia futura. El en la barca, la incipiente iglesia en la playa. Este es el escenario. Cristo funda la nave de su iglesia sobre cimiento de pescadores. Y allá se sube él, a una barca, donde ejerce su ministerio de enseñar.
Les hablaba mucho y lo hacía en parábolas. Es misterioso y hermoso ver al Verbo hablar; lo hace con abundancia de palabras usando ese recurso especial que revela y a la vez oculta. Las parábolas no son meros ejemplitos para que comprendamos mejor. la prueba está en que no se enteraban. Las parábolas son hermosas porque siendo sencillas llevan densidad. Lo divino gusta de este género espiritual. Lo profundo envuelto en lo sencillo y lo sencillo envuelto en lo profundo.
La parábola de hoy nos presenta un sembrador realizando su magnífico oficio. Sembrar… divina palabra. Sembrar el bien, la verdad, la belleza, el amor. El maligno copia el verbo dándole nueva versión; sembrar odio, desconfianza, división. Sembrar de suyo tiene su origen en espacios campestres. Se siembra en la tierra. Todo está bien, todo es bueno. El pecado pervierte la siembra y ya más parece plaga. ¡Hoy día cuánta siembra que resulta infortunio, peste y calamidad! En los medios sociales se presume de la mentira, del error y del horror.
Las clasificaciones no suelen gustar un pelo al orgullo, pero no queda más remedio que aceptarlas porque provienen del mismo señor. Hay cuatro tipos de personas diríamos: Los superficiales, los peñascales, los espinas y los nobles.
Los superficiales viven en la alteración de las cosas, sin capacidad para gestionar o negociar profundidad. Dialogando con las criaturas se pierden al Creador, porque no saben hacerlo bien. Las criaturas se convierten en carceleras que roban el alma y la vida. Ya no son espejos de Dios, función principal, sino capturadores del amor divino; atrapan y alejan del amor que a Dios debemos. Son pájaros que se lo comen todo y no dejan nada. Mala relación ésta entre las criaturas. No se entienden. Uno roba y otro se deja robar.
Los peñascales son aquellos donde abundan las durezas, las actitudes inflexibles. Hay muy poca tierra. Falta esa humildad necesaria donde florecen las mejores flores y los mejores frutos. La humildad es la profundidad del amor. El amor se ahoga ante tanta dureza, se muere a base de pedradas y pedruscos. El amor solo vive adecuadamente en el centro de la humildad. Las altanerías debilitan el amor.
Los peñascales no toleran el sufrimiento del amor. Su encallecimiento les hace insensibles para el discernimiento y para la delicadeza. Son los ácidos comodones del espíritu, los que buscan seguridad en la piedra y no en la ternura.
No soportan el calor del amor. El sol les quema, les estropea, no los revitaliza. Porque su dureza la consideran refugio, cuando en realidad es guarida de víboras venenosas.
Los espinas son los que pinchan, los que concentran energía para restársela a la vida. Quitan espacio y alimento para que el amor se desarrolle. Los pinchazos desinflan la savia viva y todo queda sin vida, sin fuerza, sin ilusión. Ese mundo que amenaza con quitarle todo el aliento a la fe. Espinas mundanas que dañan la vida cristiana. Ganan terreno y compiten por la vitalidad. O el mundo se hace fuerte en uno pichando el amor o éste consigue desplazar al mundo venciendo con amplitud.
Los nobles son los que han optado por el bien y le verdad, los que viven para dar fruto, porque con esto dan gloria al Padre (Jn 15,1-8). Así de sencillo, así de sencillos. Dan fruto porque solo aman, sin poner obstáculos a la caridad.
El evangelio acaba con el célebre: “¡Quien tenga oídos para oír que oiga!”. Ahí está el comienzo de la sabiduría, en oír la verdad, la que hace libre, la verdad verdadera. Justo lo que el hombre hoy rechaza, porque solo quiere oírse a sí mismo.
Nosotros, hagamos lo propio. Tengamos el coraje, el arranque, para oír la verdad y la verdad nos llevará al amor que deseamos, a ese amor santo que nos conduce a la dicha de verdad.