“Jesús dijo a sus discípulos: “En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirve, el Padre le honrará” (San Juan 12, 24-26).
COMENTARIO
Escandalosas palabras de Jesús: “El que se ama a sí mismo se pierde”. ¿Cómo es esto? ¿Pero si todo el mundo está organizado sobre el egoísmo, el amor a uno mismo por encima de todo? ¿Qué escándalo es este? Jesús, la Verdad, el Camino y la Vida nos dice: “el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna”. Esta es la única Verdad que ha venido a mostrarnos el Hijo Único de Dios, Jesucristo, al hacerse hombre. Este es el único Camino para ir al Padre. Esta es la única Vida: aborrecerse a sí mismo en este mundo para la vida eterna. Sólo el que se aborrezca así mismo en este mundo, entrará en el cielo. Porque el que siga esta Palabra de Dios encarnada, Jesucristo, estará con Él, allí donde está Él, junto al Padre.
No se puede servir al mundo y a Cristo al mismo tiempo. No se puede servir a dos señores: no se puede servir a Dios y al dinero. Existe una perversión del corazón que quiere seguir a Cristo y recibir los parabienes del mundo y esto es imposible. Es lo que se llama “cumplimiento”, “cumplo y miento”. Pero es incompatible con el amor: porque o se ama a Cristo por encima de todas las cosas, o se sigue al mundo y se desprecia a Cristo crucificado.
San Agustín hablaba de las dos ciudades: de los que por amor a sí mismos desprecian a Dios, y de la que por amor a Dios se desprecian a sí mismos. Nosotros hemos recibido la gracia y el don de la fe, sin mérito alguno por nuestra parte, y por esta fe viva en la caridad vivimos ya en la esperanza de la vida eterna. Pero estamos en un camino, y día a día somos tentados por el enemigo, pero el Padre nos envía el Espíritu Santo que viene en nuestra ayuda y somos transformados, día a día, en la imagen de su Hijo. No somos héroes, somos cristianos. Somos grandes pecadores agradecidos por este don, por este tesoro que llevamos en vasos de barro, y por eso podemos despreciar los bienes de este mundo, y considerarlos basura, por amor a nuestro verdadero tesoro: Jesucristo.