En aquel tiempo,vio Jesús a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: – «Sígueme.» Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros. Y murmuraban los fariseos y sus escribas diciendo a los discípulos, de Jesús: – «¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?» Jesús les respondió: – «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan.»Lucas 5, 27-32
Paso de Jesús por la vida de un hombre realizado en su trabajo, pero eso sí, preso de sus agitaciones y ansiedades. Vuelvo a decir, realizado, pero con un minúsculo campo de libertad. Paso de Jesús por la vida de Mateo que orgullosamente puede decir: ¡he alcanzado lo que he querido, lo que me he propuesto! Claro que en su interior también sabe que es su pedestal quien le tiene alcanzado y sujeto a él; más aún, le ha vendado los ojos impidiéndole la visión de horizontes nuevos, ha llegado donde quería y, al mismo tiempo, no hay campo visual en su vida ni para soñar ni para imaginar.
Jesús le dice: ¡Ven conmigo! Hay otra vida, otra libertad, otro pedestal… Sí, el pedestal de las manos de mi Padre. Mucha movida interior tuvo que experimentar nuestro amigo, mucha y además excepcional, tanto que vio la necesidad de celebrar la llamada de Jesús haciendo un gran banquete para amigos y conocidos. No era para menos, era consciente de que por fin empezaba a vivir.