En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.
Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó: «Ninguno, Señor».
Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más» (San Juan 8, 1-11).
COMENTARIO
Estamos a pocos días de finalizar esta Cuaresma 2023. La Iglesia nos presenta este texto que difiere mucho del estilo joánico y que muchos expertos, aunque está incluido en el evangelio de Juan, lo ven más propio del evangelista Lucas. Además, es una narración que no aparece en los manuscritos más antiguos encontrados sobre este Evangelio. Aún con todo, lo tenemos aquí, como palabra inspirada por Dios y que busca un hueco en nuestro corazón. La Iglesia acompaña a este evangelio la famosa narración, que aparece en el libro de Daniel, sobre la «casta Susana» , acusada de adúltera también, pero que fue liberada por el Señor por no haber cedido al chantaje de aquellos «ancianos» corruptos. En este Evangelio de hoy, de nuevo vienen los «señores» de la ley; los que cumplen; los que son dignos de ser elogiados por lo que aparentan. Como en la narración de la «casta Susana», allí no está ni el marido ofendido, ni el posible amante despechado. Y vienen a Jesús, como en el caso del divorcio o el de los impuestos, a que Jesús interprete la ley para acabar con él. Jesús no cae en la trampa y escribiendo en el suelo con su dedo (como su Padre escribió la Ley en las tablas de piedra debido a —como dice san Agustín— la dureza de sus corazones—), llama a sus interlocutores a «reflexionar. San Agustín lo plantea de forma mucho más profunda que yo: «¿Qué respuesta dio, pues, el Señor Jesús? ¿Cuál fue la respuesta de la Verdad? ¿Cuál fue la de la Sabiduría? ¿Cuál fue la de la Justicia misma, contra la que iba dirigida la calumnia? La respuesta no fue: «Que no sea apedreada» , no pareciese que procedía contra la ley; ni mucho menos esta otra: «Que sea apedreada»; es que no había venido a perder lo que había hallado, sino a buscar lo que había perecido. ¿Qué respuesta fue la suya? Mirad qué respuesta tan saturada de justicia, y de mansedumbre, y de verdad: Quien de vosotros esté sin pecado, que tire contra ella la piedra el primero.» A mí, personalmente, el Señor con esta palabra me invita a dejarme de juicios, de pensamientos sobre los demás, de interpretaciones de la historia vanas y acompañarle a esas visitas que él hacia al monte de los olivos para buscar en mi interior y descubrir qué es lo que hay dentro de mí; cuánto de esa «levadura rancia» tengo que quitar para entrar —con el espíritu de Jesucristo— en la Pascua. Sin violencias, sin malas palabras o grandes discursos Jesús se queda solo con aquella mujer. Ella seguramente estaría temerosa —como dice san Agustín en su comentario sobre este evangelio— porque aquel hombre que le había salvado no tenía pecado y podría sentenciarla justamente. Jesús, el Hijo de Dios, el manso entre los mansos, mostrará la justicia que su Padre le han enseñado y ha utilizado con el hombre desde la creación: la misericordia; no la condenará pero sí que condenará el pecado: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.» Si estamos viviendo este tiempo desde «la ley» tendremos el mismo espíritu y, por tanto, el mismo comportamiento que los fariseos y los escribas y, desde luego, ese no es el camino que lleva a la entrada del Reino de los cielos (cf. Mt 5,20). Dice el profeta Oseas: «Porque yo quiero amor, no sacrifico, conocimiento de Dios mejor que holocaustos» (6,6-7). Que en estos pocos días que nos quedan, el Señor nos conceda una conversión sincera para que despojados de esa ropa vieja que oculta lo que verdaderamente somos, podamos echarnos en los brazos misericordiosos de Dios, nuestro Padre. ¡Buena Semana Santa!
1 comentario
Con serenidad, Jesús responde a ese grupo con deseos de ehercer poder y violencia sobre esa mujer, y cuanto tenemos que aprender para responder así ante las situaciones que no generan amor,