«Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos enseñados por Dios”. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.» Juan (6,44-51)
“ El que cree tiene vida eterna ” Esta profundísima afirmación de Jesús que recalca el evangelista, es el ansia de todo hombre que ya tiene grabada en sus células el afán de la infinitud. Dice Jesús que para tener vida eterna hay que creer. Pero… ¿en qué hay que creer? ¿qué hay que hacer para creer?. He oído muchas veces decir a mis conocidos y amigos… ”me gustaría creer…”; “… si yo tuviera fe…”
Este evangelio nos puede llevar a hacer esta reflexión y a mí se me vienen de cara las palabras del apóstol Pablo cuando dice “….”¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Rm 10-14. La fe sin duda nos viene a todos, como la palabra, a través del oído. Es la Iglesia la depositaria del mismo Espíritu de Jesús que vive resucitado en medio de nosotros la que puede dar de lo que ha recibido. Ha sido la Iglesia la que con su predicación me ha abierto los ojos del corazón para ver donde otros no ven y oír donde otros no escuchan. Eso es tener fé. Creer no es un acto voluntario de mi antojo si no un maravilloso don que he recibido y que me lleva a dar gratis lo que gratis se me ha entregado. La certeza de que existe el cielo se tiene porque se experimenta en una realidad que va mucho mas allá de lo que pueden alcanzar nuestros sentidos. No se trata de ver, tocar o razonar porque hay muchas cosas que mi ojos no han visto, mis manos no han tocado y me mente no alcanza a razonar y sin embargo tengo la certeza de su existencia. Mi fé no es un salto al vacío ni a la nada. El regalo de la fé recibida me llena de esperanza y me da la certeza de que existe el Amor con mayúsculas que si que han visto mis ojos y tocado mis manos dentro de la Iglesia.
Jesús mismo sigue entregándose como alimento cada vez que se parte el pan de la eucaristía deshaciéndose por cada uno de nosotros para desde dentro de nosotros ser ese amor desinteresado que se da sin esperar nada a cambio que… “ es paciente, es servicial; no es envidioso, no es jactancioso, no se engríe es decoroso; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad., todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 1ª Ct 13, 4-7 porque el Amor es Dios mismo en medio de nosotros y esa es la misión incesante que todos los que somos Iglesia hemos recibido de ser testigos de la presencia real de este Amor en medio del mundo cumpliendo el mandato de nuestro Maestro “…Saliendo, pues, recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes “.Lc 9.6. ¡Buen día de Pascua con nuestro Señor!