«Un sábado, enseñaba Jesús en una sinagoga. Había una mujer que desde hacia dieciocho años estaba enferma por causa de un espíritu, y andaba encorvada, sin poderse enderezar. Al verla, Jesús la llamó y le dijo: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad”. Le impuso las manos, y en seguida se puso derecha. Y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la gente: “Seis días tenéis para trabajar; venid esos días a que os curen, y no los sábados”. Pero el Señor, dirigiéndose a él, dijo: “Hipócritas: cualquiera de vosotros, ¿no desata del pesebre al buey o al burro y lo lleva a abrevar, aunque sea sábado? Y a ésta, que es hija de Abrahán, y que Satanás ha tenido atada dieciocho años, ¿no había que soltarla en sábado?”. A estas palabras, sus enemigos quedaron abochornados, y toda la gente se alegraba de los milagros que hacía». (Lc 13, 10-17)
Parece que Jesús se apunta a lo políticamente incorrecto y decide hacer su trabajo precisamente el día en que Israel tiene prohibido trabajar. Tiene razón el jefe de la sinagoga: ¿qué trabajo le costaría hacer lo mismo cualquier otro día? ¿Por qué esas ganas de fastidiar? Siendo, como es, Jesús un judío devoto, ¿por qué no cumple con la ley que observan todos los judíos?; una ley que, para colmo, ha sido dada por Dios. Y así, nos encontramos muchos pasajes del Evangelio en los que Jesús parece entrar en contradicción con la Ley; podemos imaginarnos el escándalo de muchos de los que le rodean.
Sin embargo, el mismo Jesús dice que el cielo y la tierra pasarán antes que pase una “i” o una tilde de la Ley (cf. Mt 5,18), y que no ha venido a abolir la Ley, sino a darle cumplimiento (cf. 5,17); ¿cómo ha hecho esto Jesús?, pues dándole con su enseñanza su forma definitiva, es decir, aquello hacia lo que la Ley debía conducir y que había quedado oculto por el pecado de los hombres, de forma que la Ley había quedado reducida a la mera observancia de preceptos más o menos exigentes o rutinarios, y vacíos de contenido. Entonces, ¿cuál es el corazón de la Ley?, Jesús lo tiene muy claro y cuando se lo preguntan no duda en responder: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y primer mandamiento. El segundo es semejante a este: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 23,37).
Dios dictó todas sus normas, estatutos, leyes, preceptos, etc. para que los hombres pudiéramos amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado con un amor que va más allá de la muerte y que llena nuestra alma de paz, un amor que es capaz, como a la mujer de este Evangelio, de enderezarnos de forma que podamos mirar al cielo; nuestros pecados han dejado reducida la Ley a un mero cumplimiento (cumplo y miento) de normas y preceptos que no tienen ningún sentido, por eso era necesario que tantos sábados apareciera Jesús mostrando el corazón de la Ley a los hombres; porque Dios hizo la Ley para los hombres, no los hombres para la Ley.
El amor es la Ley en su plenitud (cf. Rm 13, 10); el que ama cumple totalmente la Ley. Por tanto, Dios no nos exige que cumplamos más o menos preceptos para agradarle; lo único que espera de nosotros, por decirlo de alguna manera, es que nos dejemos amar por Él, que su amor nos inunde y así podamos darlo gratis a los demás, como gratis lo hemos recibido. ¿Se puede hacer algo mejor en la vida?
Manuel O’Dogherty Caramé