«En aquel tiempo, entró Jesús otra vez en la sinagoga, y había allí un hombre con parálisis en un brazo. Estaban al acecho para ver si curaba en sábado y acusarlo. Jesús le dijo al que tenía la parálisis: “Levántate y ponte ahí en medio”. Y a ellos les preguntó: “¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?”. Se quedaron callados. Echando en torno una mirada de ira, y dolido de su obstinación, le dijo al hombre: “Extiende el brazo”. Lo extendió y quedó restablecido. En cuanto salieron de la sinagoga, los fariseos se pusieron a planear con los herodianos el modo de acabar con él”. (Mc 3, 1-6)
Lo primero que se percibe en la actuación de Jesús es que cualquier día es bueno para hacer el bien, y eso está por encima de la Ley, como lo especifica de manera gráfica al señalar varias veces en su vida pública la cantidad de milagros realizados en sábado. Precisamente lo que el seguidor estricto de la Ley no podía soportar.
También Mateo, sobre este mismo pasaje, añade en su evangelio otra frase de Jesús dirigiéndose a ellos: “Si alguno de vosotros tiene una sola oveja y se le cae a un barranco en día sábado, ¿no irá a sacarla? ¡Pues un ser humano vale mucho más que una oveja! Por lo tanto, está permitido hacer el bien en día sábado” (Mt, 12, 11-12). Por eso el mismo Cristo se enfrenta con los doctos en la Ley, pues quiere mostrar al mundo que no hay cumplimiento mayor que el amor, sea en el día que sea.
Cabe destacar cómo se fija Jesús en las parálisis, ya que todos padecemos parálisis de algún tipo, y Dios no se ha quedado allí arriba en el cielo, olvidándose de todos nosotros, sino que ha enviado a su Hijo para curarnos de las heridas que tenemos por nuestros pecados. Jesús nos dice que le mostremos nuestras parálisis, pues, como dice San Agustín, “el que te creó sin ti no te salvaré sin ti”. Con lo cual, si le mostramos nuestra parálisis ya Él se ocupa del resto.
Este de hoy es un escándalo parecido a cuando le dicen los fariseos a sus discípulos por qué come el Maestro con publicanos y pecadores. A lo que Jesús responde que no necesitan médico los sanos sino los enfermos, añadiéndoles lo que ya profetizó Oseas: “Misericordia quiero y no sacrificios”.
Tantas veces llevamos la vida ajustada a la ley, cuando justamente la ley no nos salva. Pues hemos entrado en el tiempo de la gracia, a través del Espíritu del que murió y resucitó, “para que los que vivan no vivan ya para sí”.
Jesús nos muestra el verdadero camino, que pasa por dejarle entrar en nuestro corazón. Pero tantas veces nos quedamos en el sentimiento, sin que eso sea fe, pues hacen falta —como tantas veces han señalado los Papas de los últimos tiempos— no ya maestros sino testigos. Testigos que muestren al mundo el amor en la dimensión de la cruz, por encima de los pecados de cada uno.
En los herodianos hemos de ver, más que a funcionarios propiamente, a judíos políticos incondicionales de la casa de Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, y con gran influencia ante él. Los espíritus del mal se confabularon y no se detuvieron hasta eliminar a Jesús, y sin embargo, Él les perdona intercediendo ante el Padre por ellos; justificando que no saben lo que hacen.
Que Dios, nuestro Señor, nos ayude cada día a justificar al otro, reconociendo nuestra parálisis y poniéndonos en mano del único que cura y salva.
Fernando Zufía