En aquel tiempo, los discípulos se pusieron a discutir quién era el más importante.
Jesús, adivinando lo que pensaban, cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo: «El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante.»
Juan tomó la palabra y dijo: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y, como no es de los nuestros, se lo hemos querido impedir.»
Jesús le respondió: «No se lo impidáis; el que no está contra vosotros está a favor vuestro» (San Lucas 9, 46-50).
COMENTARIO
Tenía un profesor que solía comentar de forma irónica diferentes “frases hechas” que, a modo de “muletilla” se repetían en los exámenes escritos. Una de ellas era: “El problema que nos aborda…” a lo que él comentaba con tino: “Los problemas no nos abordan; los abordamos nosotros a ellos” … Es cierto y, en esta sociedad de las prisas donde el cúmulo de problemas que nos abordan es tal en cantidad y velocidad se hace necesario tener clara la prioridad a la hora de abordarlos nosotros a ellos.
Hubo quien dijo que las situaciones hay que dividirlas entre “importantes” y “urgentes”: Lo que es importante y no urgente, se programa; lo que es urgente y no importante, se delega; lo que no es importante ni urgente se pospone y lo importante y urgente hay que resolverlo con inmediatez y diligencia.
Hasta aquí podríamos estar de acuerdo sin dificultad. Pero la verdadera diatriba consiste ¿Y qué es importante?
Para mí, resulta especialmente entrañable en la lectura de “El Principito” el capítulo 6 en el que el piloto se encuentra afanado en tratar de reparar el motor del avión. Están tirados en el desierto. El agua se agota. Se teme lo peor, dice literalmente el piloto. Es obvio que se trata de una situación de “vida o muerte”. El principito comienza a hacerle preguntas que le parecen fantasías de niño a las que contesta vagamente y de cualquier manera: Que si los corderos comen arbustos, que si también comen flores, que si tú crees que… Hasta que sintiendo que, con tanta distracción, no puede concentrarse en lo que es urgente e importante contesta con desaire: ¡Yo no creo nada! ¡Yo me ocupo de cosas serias!
¡De cosas serias!, contestó el Principito con mirada estupefacta.
Me veía con el martillo en la mano y los dedos negros de grasa, inclinado sobre un objeto que le parecía muy feo.
—¡Hablas como las personas grandes!
Me avergonzó un poco. Pero, despiadado, agregó:
—¡Confundes todo!… ¡Mezclas todo!
Estaba verdaderamente muy irritado. Sacudía al viento sus cabellos dorados.
—Conozco un planeta donde hay un Señor carmesí. Jamás ha aspirado una flor. Jamás ha mirado a una estrella. Jamás ha querido a nadie. No ha hecho más que sumas y restas. Y todo el día repite como tú: “¡Soy un hombre serio! ¡Soy un hombre serio!” Se infla de orgullo. Pero no es un hombre; ¡es un hongo!
—¿Un qué?
—¡Un hongo!
El principito estaba ahora pálido de cólera.
—Hace millones de años que las flores fabrican espinas. Hace millones de años que los corderos comen igualmente las flores. ¿Y no es serio intentar comprender por qué las flores se esfuerzan tanto en fabricar espinas que no sirven nunca para nada? ¿No es importante la guerra de los corderos y las flores? ¿No es más serio y más importante que las sumas de un Señor gordo y rojo? ¿Y no es importante que yo conozca una flor única en el mundo, que no existe en ninguna parte, salvo en mi planeta, y que un corderito puede aniquilar una mañana, así, de un solo golpe, sin darse cuenta de lo que hace? Esto, ¿no es importante?
Enrojeció y agregó: —Si alguien ama a una flor de la que no existe más que un ejemplar entre los millones y millones de estrellas, es bastante para que sea feliz cuando mira a las estrellas. Se dice: “Mi flor está allí, en alguna parte…” Y si el cordero come la flor, para él es como si, bruscamente, todas las estrellas se apagaran. Y esto, ¿no es importante?
No pudo decir nada más. Estalló bruscamente en sollozos. La noche había caído. Yo había dejado mis herramientas. No me importaban ni el martillo, ni el bulón, ni la sed, ni la muerte. En una estrella, en un planeta, el mío, la Tierra, había un principito que necesitaba consuelo. Lo tomé en mis brazos. Lo acuné. Le dije: “La flor que amas no corre peligro… Dibujaré un bozal para tu cordero. Dibujaré una armadura para tu flor.”
… “Cogió al niño y lo tomó en sus brazos” ¿Dónde he oído yo eso antes… ¡Ah sí, en el Evangelio de hoy!
Por cierto, alguien pensará y con razón, que en mi comentario de hoy he hablado poco de Jesucristo y le he dedicado más espacio a Saint Exupery. Pero hay algunos que no siendo exactamente de los nuestros también ayudan en la tarea (y esta es muy urgente) de expulsar demonios…
Por cierto. Este capítulo comienza con la afirmación del piloto: “Al quinto día, siempre gracias al “cordero”, me fue revelado el secreto de la vida.”