Simón Pedro les dice: «Voy a pescar.» Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo.» Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.
Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla
Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis nada que comer?» Le contestaron: «No.»
Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces.
El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor». Cuando Simón Pedro oyó «es el Señor», se puso el vestido – pues estaba desnudo – y se lanzó al mar.
Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces
Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan.
Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar.»
Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice: «Venid y comed.» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor.
Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da.
Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.Son siete los apóstoles que se encuentran junto al mar de Galilea que deciden ir a pescar bajo la experta dirección de Pedro. Sin embargo, no consiguieron pescar nada en toda la noche. Al amanecer se presenta Jesús en la orilla del lago y, ante el fracaso de la pesca les aconseja: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis”. La echaron y llenaron la red hasta reventar. (Jn 21,3-14)
¿Por qué a la derecha?, nos podríamos preguntar. Porque a la derecha se encuentra el costado herido de Cristo del que brota la misericordia para con el pecador. Se trata de un principio pastoral evidente: no con exigencias ni con amenazas, sino con misericordia es como los pescadores de hombres pueden llenar sus redes.
Se trata, en definitiva, del mismo proceder de Dios. Él obra siempre con misericordia para con el pecador, ni juzga ni condena sino que busca la conversión del pecador para que cambie de conducta y viva. Es la actitud de Jesús que no ha venido a juzgar sino a dar su vida en rescate por muchos; ha de ser la actitud de la Iglesia cuya misión no es amenazar ni condenar sino que muestra en todo momento el rostro misericordioso de Dios. Misericordia de la que tan necesitada está la tierra en nuestros días. No en vano, el papa Francisco ha convocado el Año Santo de la Misericordia.
Ahora bien, no podemos olvidar que misericordia y verdad van de la mano, por lo que la Iglesia, al igual que su Maestro proclama la verdad sobre Dios y sobre el hombre porque sólo la verdad le hace libre y, aun cuando esta verdad pueda ser mal recibida por un mundo que vive sumido en la mentira, no por eso puede variar su discurso, porque proclamar la verdad que nos hace libres es un acto de misericordia.
Justamente cuando escribo estas reflexiones, me han llegado las airadas reacciones de algunas personas ante la carta pastoral firmada por tres obispos de la provincia eclesiástica de Madrid que se pronunciaban sobre la propuesta no de ley que pretendía regular los vientres de alquiler. Estas personas pueden no estar de acuerdo ante la postura de los obispos porque consideren que atenta contra sus deseos, pero en este caso, expongan los motivos; el recurrir a la descalificación sólo indica que carecen de razones para defender su postura.
Es un ejemplo de lo que de hecho está pasando con muchas de las propuestas pastorales de la Iglesia. Muchos la achacan de pura negatividad al oponerse con el no a tantas propuestas de la modernidad, pero el no al aborto, el no a la eutanasia, el no a los vientres de alquiler, el no a la ideología de género, es en realidad un inmenso SI a la vida, porque todas estas cosas son en sí negativas y destructoras del ser humano, prototipo de una cultura de muerte que se está enseñoreando de nuestras vidas, y ya se sabe que un no al no es un sí.
Le costaría mucho menos a la Iglesia, callar ante estos atentados a la dignidad humana. No sería molestada ni atacada, pero con ello estaría ofreciendo un flaco servicio a la humanidad y se tornaría en irrelevante e innecesaria. Justamente porque le importa el hombre y porque ama al mundo, la Iglesia debe hablar y proclamar la verdad. Es entonces cuando ejerce la misericordia para con el mundo, pues lo ama hasta dar la vida.