En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: – «Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros rezad así: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”. Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mateo 6, 7-15)
Jesucristo, en su Persona, nos ha mostrado el rostro del Padre, el amor que nos tiene y el designio de salvación que ha diseñado para cada hombre. Además, por si esto fuera poco, nos ha hecho en Él, hijos adoptivos del mismo Dios, mediante el sacramento del Bautismo. Es bueno recordar que todo hombre es criatura de Dios pero sólo los bautizados son hijos suyos. Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza, pero la rebeldía de nuestros primeros padres y el pecado, ha “obligado” a Jesús a dejarse crucificar para que luego, con su resurrección, se nos abran de nuevo las puertas del cielo y podamos renacer a una vida nueva.
Pero, mientras el hombre peregrina por el mundo, necesita imperiosamente escuchar y ser escuchado por el Señor, necesita hablar con Él, saber qué decirle, qué pedirle y cómo saber que su oración es escuchada. Todo cristiano debe conocer las respuestas a estos interrogantes, porque todos los días es necesario apoyarse y descansar en el Dios que le ha creado, para así no extraviarse en el camino, adquirir fuerzas para seguir caminando, poder llegar a la vida eterna y experimentar ya algún anticipo de esta vida eterna. Hoy el mundo transita por otros senderos y mantiene otras metas, al pensar que Dios no existe o que no es necesario.
Jesucristo, en el evangelio de hoy, nos revela lo que tenemos que decir y pedir al Señor. El hombre, en su naturaleza herida y débil no acierta muchas veces en saber lo que necesita de verdad, lo que le conviene. Es fácil que el mundo, el demonio y la carne le hagan recurrir a otros dioses, sin apenas darse cuenta, en busca de aquello que daña su relación con Dios.
Esta generación, de la cual formamos parte y a la que hemos sido llamados, no parece tener nunca necesidad de pedir perdón, ni de arrepentirse de nada. Ha creado un discurso ausente de verdadero contenido y dominado por la mentira.
Jesús nos abre hoy, gracias al Padre Nuestro, una senda para llegar al Padre. Sin embargo, que nuestros labios pronuncien esta oración no serviría de nada si no se hace desde un corazón y espíritu acepto al Señor, en el que habiten la pureza, el amor y el perdón. Al final de este evangelio de hoy podemos ver como el perdón es lo que permite que esta oración pueda ser nuestra. Perdonar en todo momento es indispensable para llegar a Dios y es consecuencia segura de amar en la dimensión de la cruz, de amar al enemigo. Jesús desde la cruz dijo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Justificó a los que estaban matándole y dio poder a sus discípulos para hacer lo mismo, hasta el día de hoy, mientras sea tiempo de salvación y nos abandonemos en sus manos. Por el contrario será muy difícil pedir perdón a Dios si nosotros no perdonamos a los demás. Como siempre, el amor se sitúa en el centro de la obra de salvación del Señor. Por esto el demonio se afana tanto en sembrar la mentira de creer que el perdón es signo de debilidad o injusticia y la de que el hombre debe poner límites “razonables” al amor. El demonio quiere que el hombre decida hasta donde se debe amar y con qué condiciones. El objetivo del Maligno es separarnos del amor de Dios.
Que descanso, por otro lado, saber que el Señor sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos. Pero ¿Qué es verdaderamente lo que necesitamos? El Padre Nuestro nos lo revela. Nos da las claves para nuestra felicidad. Ni sobra ni falta nada. De lo demás podemos o debemos prescindir, aunque el mundo, el demonio y la carne nos quieran hacer ver lo contrario y esclavizarnos con otras necesidades.
A todo aquel que pretende ocupar el lugar de Dios le es imposible pedir perdón o entrar en el arrepentimiento, porque tiene un enorme “yo” que se lo impide. En la actualidad resulta insólito escuchar a algún político o personaje público pedir perdón o decir que se arrepiente de algún error. Como tampoco se perdona, en aras de la justicia del hombre. Una de las peores tentaciones en las que puede caer un cristiano es en la de no perdonar. El Señor nos llama hoy a luchar contra esta tentación. En esta batalla nos espera la felicidad y la paz. Jesucristo combate por nosotros y si nosotros queremos la victoria estará de nuestro lado.