Jesús fue a la región de Tiro. Entró en una casa, procurando pasar desapercibido, pero no logró ocultarse. Una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró enseguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies. La mujer era pagana, una fenicia de Siria, y le rogaba que echase el demonio de su hija. Él le dijo: “Deja que se sacien primero los hijos. No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos”. Pero ella replicó: “Señor, pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños. Él le contestó: “Anda, vete, que, por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija”. Al llegar a su casa, se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado (Marcos 7, 24-30)
Comentario
En este pasaje, Jesús resalta la importancia de la fe para experimentar la acción de Dios en la vida de cada uno. Fe en Cristo, en su poder, en su Palabra y, en definitiva, fe en la unidad de un Dios que es trinidad de personas.
Jesús pone de relieve y alaba la fe de la mujer cananea. No se fija si pertenece o no al pueblo elegido, únicamente valora la fe de la persona que se echa a sus pies.
Para el hombre actual, viene muy bien este Evangelio; es orientativo, no exige imposibles; simplemente pide que no se dude del poder y de la presencia de Dios en la vida de cada cual.
Partiendo de la fe, todo lo demás vendrá rodado. Para quien crea, no sólo de boquilla, sino desde lo más profundo del corazón que Jesucristo es el Hijo único de Dios, no será gravoso aceptar sus consejos relatados tan explícitamente en los evangelios y seguirlo con todas sus consecuencias. Esto no implica que no peque, pues nadie es bueno, sino Él.
El pecador, contrito y humillado, pedirá perdón y experimentará la alegría de ser nuevamente introducido en una especialísima relación con Dios.
Dios conoce y ama a cada persona concreta como si fuese la única del mundo. No hay placer mayor que el producido por ese inefable amor divino que nunca se acaba, que siempre acoge, que colma de alegría y que ni la muerte puede apagar, pues es eterno.
Una fe que poco a poco va desarrollándose en el sentido expuesto llena la vida de sentido y da firmeza a la esperanza en que, algún día, “mi unión con Dios será absoluta y para siempre”.