«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará. Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará». (Mt 6, 1-6- 16-18)
Hace algunos años presencié en una catedral de una ciudad de Perú cómo el obispo, en una homilía, se lamentaba ante sus feligreses de que estaba recogiendo en los cepillos del templo infinidad de monedas que desde hacía años estaban fuera de la circulación y no tenían ningún valor. Era como si en Madrid echásemos “perras gordas” o pesetas en el cesto de la colecta del domingo. Este pobre obispo, les decía a sus avergonzados feligreses con profunda tristeza: “¿a quién pretendéis engañar?”.
Al leer el evangelio de hoy me viene a la memoria esta simple frase de aquel obispo: ¿A quien engaño yo cuando falsifico mi aparente buena conducta? A Dios seguro que no.
No puede ser lo mismo ser bueno de verdad que aparentarlo. Lo primero es lo que hacen los hombres que, dando igual el momento, el lugar y la escena, practican la justicia, es decir, cumplen la voluntad de Dios. Lo segundo es lo que hacen los actores, una buena interpretación de un papel de “hombre justo”, solo eso. Al finalizar la escena y caer el telón queda la verdad de lo que uno es; la función termina, el actor vuelve a casa y el personaje desaparece.
Cristo, en el Evangelio de hoy nos pide algo elemental: vivir en la verdad y dejarnos de pantomimas. La cuestión es muy simple: o vivo para Dios o vivo para mi público. Voy por la vida con sencillez y autenticidad sin interpretaciones teatrales o me creo Marlon Brando.
Si repasamos en nuestra vida esta sencilla reflexión, relatada por Cristo a sus discípulos con insistentes ejemplos de la vida religiosa de aquel momento, nos sorprenderíamos al ver cuánta hipocresía hay en lo que hacemos. Ayudamos a recoger la mesa con una dedicación asombrosa cuando nos invitan a otras casas y en la nuestra no lo hacemos o a regañadientes.
Si vamos a un funeral lo más importante es que vean que hemos ido y no si hemos rezado con sincera devoción por el alma del difunto. Si en una reunión de amigos hay que ser religioso somos los que más, pero si el ambiente es poco favorable, mejor ni sacamos el tema, no sea que demos el cantazo. Si se nos ocurre hacer alguna obra de caridad queremos que conste en acta y que nos lo agradezcan muchas veces y en público. Nos cuesta hacer el bien y estar calladitos.
Cuidado con la hipocresía porque no es un buen negocio de cara al Cielo. Cristo nos lo repite varias veces: “…no tendréis recompensa”. Podremos recibir muchos aplausos de nuestro improvisado público teatral pero los aplausos de Dios no. ¡Y esos son los únicos que cuentan!
Si te interesa el Señor como el único y verdadero espectador de las obras de tu vida he de recordarte que pagó su entrada al teatro a precio de sangre. Que es siempre justo en sus ovaciones o abucheos, que acude a todas las sesiones programadas, incluso a las nocturnas y a las mas imprevistas, y que además nunca llega tarde, por lo que no se pierde nada. De Él espera el aplauso y de nadie más.
Jerónimo Barrio