En cuanto el Papa Francisco entró en el hospital pediátrico «Federico Gómez», un buen grupo de niños se abalanzaron para abrazarle y ya no le querían soltar. Unos le cantaban, otros le aplaudían.
Fue un momento de desorden simpatiquísimo en el que se rompió el protocolo y nadie prestaba atención a la primera dama, Angélica Rivera, que acompañaba al Santo Padre en esta visita de sabor familiar. El resto de los niños veían la escena desde sus sillas de ruedas, y no podían moverse. Algunos sonreían, otros lloraban con la emoción.
El Papa fue recorriendo las distintas zonas del hospital, y saludando a la mayoría de los jovencísimos pacientes. Una y otra vez, a pesar de su ciática, Francisco se inclinaba para besarles en sus sillas de ruedas. Algunos le entregaban pequeños regalos o dibujos, le besaban, le abrazaban. Estaban felices.
De pronto se alzó el canto de un «Ave María» de Schubert desde una silla de ruedas. El pañuelo sobre la cabeza delataba a un joven paciente de oncología. La mayoría de los adultos lloraban. Más adelante, otros chiquillos enfermos de cáncer hicieron sonar la campana con la que celebran el final de los tratamientos y las altas de los compañeros.
Francisco dio las gracias a los médicos y pidió a Dios «que los bendiga y los acompañe, a ustedes y sus familias, a todas las personas que trabajan en esta casa y buscan que esas sonrisas de los niños sigan creciendo cada día».
Pidió también la bendición divina «para todas las personas que, no sólo con medicamentos sino con la ‘cariñoterapia’ ayudan a que este tiempo en el hospital sea vivido con mayor alegría. La ‘cariñoterapia’ es muy importante. A veces una caricia, ayuda tanto a recuperarse…». Lo estaba demostrando con su ejemplo.