«En aquel tiempo, dijo la gente a Jesús: “¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: «Les dio a comer pan del cielo”. Jesús les replicó: “Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo”. Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de este pan”. Jesús les contestó: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed”. (Jn 6, 30-35)
La multitud ha seguido a Jesús hasta Cafarnaum porque se ha saciado con la comida que les ha dado el Señor con cinco panes y dos peces. Pero Jesús les reprochará que le busquen por algo tan poco importante, porque el don verdadero que Él viene a darles no es la comida de un día sino un alimento que les dará Vida eterna, y para ello es necesario que crean en Él. A esto responderán los judíos que necesitan signos que atestigüen que viene de Dios, y le proponen el ejemplo de Moisés: él venía en nombre de Dios como lo mostraron sus obras, al dar de comer al pueblo en desierto con el maná. Pero no fue Moisés —replicará Jesús— el que dio de comer al pueblo en el desierto, sino Dios por su medio. Y a fin de cuentas, con aquel alimento el pueblo subsistió durante un tiempo, pero todos los que comieron de aquel pan acabaron muriendo. Aquel era solo figura del verdadero pan que baja del cielo. Este pan viene para dar vida al mundo.
Algo similar le había dicho Jesús a la mujer samaritana. Cierto que el agua del pozo de Jacob era excelente, pero solo saciaba momentáneamente, en cambio, el agua que Jesús da sacia hasta la vida eterna. Al igual que la mujer, en aquel caso, también en este los interlocutores de Jesús le piden abiertamente: “Señor, danos siempre ese pan”. Ahora tiene lugar la gran revelación de Jesús: el pan que sacia para siempre, del que el maná era una simple figura, es una persona: “Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed”.
El mundo, las gentes, están hambrientas y sedientas, pero no de pan sino —como dice el profeta— de la Palabra de Dios, por eso andan errantes como ovejas que no tienen pastor. Hoy día el mundo está desorientado porque se halla bombardeado por tantas palabras huecas que prometen lo que no pueden dar, pues la felicidad que pregonan es efímera y huidiza, dejando el corazón hambriento, frustrado y sin esperanza. Hoy al mundo se le está robando el futuro ya que no se le presenta otro horizonte que el de la muerte. No se dan otras respuestas ante el sufrimiento que: divorcio, eugenesia, aborto, eutanasia, porque la vida ha huido de un mundo empeñado en comer un alimento que no sacia.
Pero hay un pan que da vida: Cristo es el pan de vida que el Padre ha dado al mundo para que viva. Es necesario “ir a Cristo” y “creer en Cristo”, como aquellos dos discípulos que al oír las palabras del Bautista fueron tras Jesús. Éste, al ver que lo seguían les preguntó: “¿Qué buscáis?”. Ellos respondieron: “Maestro, ¿dónde vives?”. “Venid y veréis” —les contestó el Señor. Fueron, vieron y se quedaron con Él. Permanecer con Jesús es pertenecerle, hacerse semejantes a Él para ser saciados con el pan que le alimenta, pues: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado”.
Esa es la comida que da vida al corazón del hombre: hacer la voluntad de Dios. Porque la voluntad de Dios es que el hombre viva. Todo lo que el Padre da al hombre está en función de su salvación, todo está a nuestro favor, pues si un padre da a sus hijos lo mejor que tiene, ¿acaso no va a dar el Padre del cielo a sus hijos lo mejor? Y lo mejor es su mismo Espíritu, que nos permite entrar en cada acontecimiento de nuestra historia con la certeza de que viene del amor y si somos amados de Dios, “¿qué nos apartará de su amor?” —como gritará Pablo seguro de quien se ha fiado. De este modo, al igual que Cristo, tenemos por el Espíritu vida eterna, y con Él podemos perderla para recobrarla de nuevo y adentrarnos confiados en las situaciones de cada día, porque todo es gracia.
Ramón Domínguez