Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo» (San Juan 6, 44-51).
COMENTARIO
En la eucaristía estamos sentados ante esta mesa de vida eterna, que como hemos escuchado convoca el Padre atrayéndonos hacia Cristo para ser amaestrados por él, mediante su palabra, y para ser alimentados con el pan del cielo que da vida eterna a quienes escuchan y aprenden, porque las palabras y la vida de Cristo, son enseñanzas y vida, para quienes escuchan y creen; escuchan, y apoyan su vida en Dios, entregándose con Cristo; escuchan y obedecen a su palabra por la fe.
El pecado, como contradicción de la fe, nos quita la vida eterna al apoyarnos en la mentira mortal. Se supone que nosotros hemos aprendido, viniendo a Cristo y somos alimentados por él en la Palabra y en la Eucaristía, por tanto también debemos creer que hemos recibido vida eterna y que resucitaremos el último día si no la contradecimos con nuestros pecados, pero no debemos olvidar que este pan celeste es la carne de Cristo entregada por la vida del mundo.
Decía el poeta Virgilio que: «Cada cual es atraído por su placer» (Egl. 2). Nosotros hoy, diríamos: cada cual es atraído por su amor, por aquello que ama. Por eso dice la Carta a los Efesios: “Vivid en el amor con el que Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima.” Vivid en la entrega con la que Cristo se entregó.
Dios manda un pan en el desierto con el que se nutre durante cuarenta días el profeta Elías, como en otro tiempo Moisés, y como lo fue durante cuarenta años el pueblo. Todo pan nutre la vida del hombre por un tiempo y después perece; Dios les dio el maná a los israelitas durante cuarenta años, y murieron unos en el desierto y otros en la tierra prometida. Dios dio a Abrahán la promesa, y la ley cuatrocientos años después a Israel, pero siguieron muriendo sin ver su cumplimiento, más que en esperanza. Sólo en Cristo se anuncia un pan que no perece y un alimento que sacia perennemente.