«En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Disputaban los judíos entre sí: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?”. Entonces Jesús les dijo: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre”». (Jn 6,51-58)
Este es un día especial, pues es el día en que no solo se contempla a Dios, como hacen los consagrados a Él, monjes y monjas de clausura, sino que se le adora como Rey, por eso le aclamamos por las calles, y la Iglesia nos invita tantas veces a acercarnos al Sagrario.
Aparte de habernos elegido a nosotros para que vayamos y demos mucho fruto, quiere hacerse uno con nosotros, como el Padre y Él, y para ello hoy nos da la clave fundamental: la manera de ser uno con nosotros es a través de entrar en la en nuestra humanidad, tomando posesión de nosotros a través de comulgar de corazón bajo las dos especies, haciéndonos templo del Espíritu Santo, explicándonos entonces por qué dice “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto, y sed santos pues Él es santo”.
Para ir el pueblo de Israel a la tierra prometida fue alimentado por el Señor en el desierto –donde no había posibilidad de pan- con el maná; pero era un pan corruptible, y todos murieron. Así, Cristo nos da el verdadero alimento para no experimentar la corrupción: su carne, que es verdadera comida, junto con su sangre, verdadera bebida.
Si ya a Zaqueo le dijo: “Conviene que yo entre en tu casa”, a través de su cuerpo y su sangre entra en nosotros y nos hace otro Cristo.
Fernando Zufía