Uno de los dones más importantes que el cristiano necesita ineludiblemente para litigar en ese “buen combate de la fe” al que se refería San Pablo, es el discernimiento, que ilumina diariamente nuestros pasos y el camino a seguir.
Actualmente, en medio de esta generación, es difícil no extraviarse y seguir otros caminos que aparecen como razonables y buenos pero que nos llevan a un callejón sin salida donde nos espera el demonio. El poder de Satanás es muy superior al nuestro en esta guerra. Pero con Jesucristo a nuestro lado nadie puede derrotarnos.
Por eso todos los días debemos ponernos de cara a Dios, elevar nuestra mirada al cielo y buscar al Señor en los acontecimientos de nuestra vida diaria, hasta encontrar el amor que siempre se desprende de su voluntad.
Tenemos un Padre infinitamente misericordioso y omnipotente. Hay que ser muy necio para, sabiendo esto, no pedirle toda la ayuda que necesitamos. Qué fácil es, no obstante, perdernos en peticiones de cosas que no son verdaderamente importantes, olvidándonos de lo que ciertamente nos hace felices y nos lleva a la vida eterna. Pudiendo obtener tesoros pedimos baratijas.
Jesucristo, en el evangelio de hoy, a través del Padre Nuestro, nos presenta una guía para que podamos dirigirnos al Padre y pedirle lo que verdaderamente necesitamos para ser felices. Sim embargo, esto es ignorado, despreciado o rechazado por una sociedad que no reconoce a Dios. Es la voluntad personal de cada uno la que se tiene que cumplir primordialmente. El pedir perdón o perdonar se ve como signo de debilidad, propio de épocas ya superadas. Se llega a valorar como signo de injusticia. No se pide perdón porque hoy casi nadie se arrepiente de nada. Es corriente ver en la televisión declaraciones en ese sentido de personajes públicos a los que se les cuestiona sobre sus actos. Tras una serie de excusas y justificaciones se termina afirmando que “no me arrepiento de nada”. Lo podemos también ver en las conversaciones a pie de calle. Es lógico que quien se sitúa en el plano de Dios no se arrepienta de nada de lo que hace.
Por otro lado santificar a Dios es imposible en el reino de lo profano, en el que el hombre se rige por criterios personales.
Siguiendo el recorrido por el Padre Nuestro, observamos que en una sociedad tan consumista como la actual eso de “el pan nuestro de cada día” es un ataque frontal al sistema establecido, en el de lo que se trata es de poseer y acumular desmedidamente para que el “mercado” pueda desarrollarse según los parámetros establecidos.
Tampoco lo de no caer en la tentación conecta con un mundo, en el que el pecado es visto como un invento nocivo de los cristianos, propio de épocas oscurantistas y contrario al sentir mayoritario, el cual decide lo que es válido o no. El cambio de valores y de moral se traduce en una visión estrecha de la vida, sin sentido de la trascendencia, que deforma las conciencias y vacía el alma, endureciendo el corazón. Se producen cotidianamente brotes horribles de violencia y el hombre, en vez de preguntarse por las causas reales, elabora leyes que no atajan el problema. No se comprende que el origen se encuentra en el corazón del hombre. Sólo volviendo la mirada a Dios se apagará la sed de violencia.
En definitiva, lo que los cristianos pedimos en el Padre Nuestro es radicalmente diferente a lo que esta sociedad pide y cree necesitar. Pero vivimos en medio de esta generación, que muchas veces pone a prueba nuestra fe y es voluntad del Señor que seamos sus testigos allí donde nos encontremos. Debemos para esto, respirar todos los días a través de la oración. Tener en nuestros labios y en nuestra mente el Padre Nuestro impide que nos lleven las corrientes mundanas y podamos vivir según lo que verdaderamente necesitamos y debemos aspirar. Podemos de esta manera, combatir al mal tal y como lo hizo Jesucristo, sin que nos lleve a la violencia o la venganza. Cuando le pedimos a Dios que nos libre del mal, estamos pidiendo también que nos salve del poder que el mal tiene de alejarnos de Dios y llevarnos al pecado.
Transitando por el camino del Padre Nuestro podemos experimentar la paz y la alegría sean cuales sean nuestras circunstancias personales.