En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le va a dar una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden!” (San Mateo 7, 7-11).
COMENTARIO
Breve y enjundioso, este evangelio de hoy forma parte del Discurso evangélico, que comienza en el capítulo 5 del evangelio de san Mateo. Comienza con el llamado sermón de la montaña, donde la proclamación de las bienaventuranzas ya nos deja el perfil del perfecto seguidor de Jesús. Continúa después con una larga serie de recomendaciones, consejos, advertencias para dejar clara la esencia de su proyecto de ese hombre nuevo: el cristiano, que tiene como misión extender por el mundo el mensaje de cambio, e invita a ello con sus conocidas frases, que forman un programa esencial para el comportamiento.
“Vosotros sois la luz del mundo”; asegura “no he venido a abolir la ley” pero, tras una repetida introducción: “habéis oído que se dijo”, señala mandatos nuevos como: “si al poner tu ofrenda en el altar recuerdas que un hermano tiene algo contra ti, vete primero a reconciliarte con tu hermano”; o “amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen”. Continúa el discurso recomendando la limosna y la oración en secreto, para no caer en la soberbia espiritual; nos deja el padrenuestro como oración esencial: previene del peligro de pegarse a las riquezas porque “no se puede servir a dos señores”; aconseja el abandono en la providencia de Dios que nos ama; y nos manda: “no juzguéis y no seréis juzgados”.
Sigue ahora en el capítulo 7 con el tema de la eficacia de la oración. Para cualquier creyente cómo orar es un punto esencial en el día a día de la fe. Aunque no debiera ser así, dedicamos poco tiempo a la alabanza del Señor, a declararle nuestro amor, a darle gracias por los bienes constantes que recibimos de su providencia; la oración es preferentemente de petición, a veces para el aprobado de ese estudiante más bien vago, o para que remedie lo que nuestras propias torpezas e incapacidades han estropeado. Impacientemente el orante, que no ve el resultado que desea, desespera. Quizá la fe, la paciencia o la humildad no fueron las debidas. Está claro que en la petición de salud o de otros bienes Dios puede saber que no son beneficiosos para nosotros, y por la insistencia en la oración prepara otro camino, aparentemente tortuoso y difícil, pero mejor para la consecución de una más segura felicidad.
Para toda ocasión tenemos la suerte de contar con la mejor de las abogadas siempre a nuestro favor, María con su “no tienen vino” y su tenacidad de madre y humana, nos lo consigue con una condición: “haced lo que él os diga”.
Cuando los bienes solicitados para uno mismo o para otro son espirituales, como en el caso de santa Mónica, sabemos que Dios también deseaba la conversión de Agustín, sin embargo retrasaba su actuación y Mónica sin comprenderlo, como nosotros, lloraba amargamente viendo pasar los años. Pero los tiempos, los caminos y los planes del Señor son distintos a los nuestros, hay que aceptarlo con humildad, esperanza y ejercitarse en conseguir una fe de aquellas que “mueven montañas.”
Cuando el papa Francisco pide insistentemente, que recemos por él, pienso en su inmensa suerte de tener a millones de personas rezando por ti todos los días, pero supongo que Dios, con la teoría de los vasos comunicantes, revierte las oraciones “sobrantes” por el papa, para que no le falte a aquellos que no tienen quien rece por ellos.
Con este pasaje de hoy quedamos invitados a orar sin descanso, a llamar, a buscar, a pedir; por y para nosotros mismos, y por los que amamos, los que nos ayudan y cuidan, por vecinos y conocidos, los que se cruzan en nuestro camino, por los alejados, y por los que no tienen nadie que rece por ellos.