«En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”». (Jn 3,13-17)
Hace un tiempo, cuando empecé a caminar en la fe, oí a un catequista decir que cristiano quiere decir «otro Cristo»; aquello me sonó nuevo , nunca había escuchado una definición como esta. Más tarde me hicieron tomar conciencia de lo que al final de la misa cantaba: “¡Qué bellas son tus tiendas , qué bellas son Israel (…) Sea, sea mi muerte como la muerte de tu Justo, vaya mi vida donde Él!”. Y nos decían: “¿Os fijáis en lo que pedís?”. La respuesta era solo una: “No”.
Vivir en este mundo pero sin ser de este mundo solo se consigue viviendo crucificado. Aceptando la escala de Jacob, por donde baja el que subió al cielo. Todos tenemos una cruz y el día que amanezca y no la tengamos debemos de preocuparnos, porque Dios se ha olvidado de nosotros.
¿Te escandaliza escuchar esto? Pues entonces no has entendido nada. ¡Cuántas oportunidades nos da Dios para ponernos al servicio de los demás! ¡Cuántas ocasiones para morir por el otro! Morir a nuestros proyectos… ¡Que difícil, para que el otro sea! Y lo que menos se entiende: las injusticias.
Mirad un hecho concreto: María acaba e dar a luz a su cuarto hijo tras un embarazo no carente de complicaciones. El pequeño le demanda constantemente su atención. La casa se la come; lavadoras sin poner , cocina sin quitar , polvo sin limpiar, y noches sin dormir. Su marido es un hombre exigente que, por cierto, se encuentra desde hace años en tratamiento con antidepresivos. Situación que no acaba de aceptar y a solas, sin consejo médico, se empieza a quitar medicación. Un día llega a casa y ve todo liadísimo, la emprende con su mujer y, tras gritarle y llamarle vaga, le da una racha delante de los hijos. Ella no se revela y excusa al marido, incluso le pide perdón por la situación.
¿Tú qué harías? ¿Denunciarlo? ¿Contárselo a tus padres y familiares? Ella no lo hace. Deja trasparentar al Cristo que lleva dentro de sí. Ella es, en ese momento, «otro Cristo». ¿Como se salvará ese marido si no ve al que traspasaron , si no ve al que da su vida por él cuando es su enemigo? Y su familia , amigos, vecinos, conocidos, verán al Cristo cuando este sea elevado como la serpiente de Moisés.
María ha hecho su Cruz gloriosa; ha conocido aquí las primicias de la Vida Eterna porque ha caminado sobre las aguas de la muerte. Porque Dios manda su hijo a diario al mundo, no para condenarle, sino para que el mundo se salve por Él. Os invito a una reflexión: verdaderamente, ¿qué clase de cristianos somos? Si es que lo somos…
Juan Manuel Balmes