El mas antiguo de los gestos litúrgicos cristianos, aludido por san Justino en su apología y realizado hasta hoy en el marco de la celebración eucarística, este rito (la paz) de una importancia no menor en atención a la reforma litúrgica y recuperado por esta para la celebración hoy parece un gesto frío y al que poca importancia se le confiere. Este gesto de fraternidad y que tempranamente entró en la liturgia, es atestiguado como “acción santa” ya por el mismo san Pablo (Rm 16, 16; 1 Co 16, 20; 2 Co 13, 12; Ts 5, 26), acción que parece diluirse al entenderse de modo equivocado en una praxis de igual modo incorrecto.
Prácticamente desconocido por los fieles desde el siglo XII, la Iglesia vio la necesidad de su recuperación y plasmó así en el Misal de Pablo VI la posibilidad de realizarlo nuevamente, hasta entonces el rito era una acción reservada a los ministros: el sacerdote daba la paz a quien oficiaba de diácono y este a los demás ministros, solo en casos de Misa solemne el pueblo participaba someramente de él a través del objeto llamado “portapaz” u “osculatorium”.
Este mismo rito es realizado hoy de manera diferente, la oración presidencial que abre el rito: “Señor Jesús que dijiste a…” es hoy hecha de manera pública como un gran avance tomando en cuenta su carácter privado en el misal tridentino, el cual había recogido una costumbre ya existente en el siglo XI, lo cual abre obviamente este gesto a toda la asamblea.
Este rito tiende hoy a ser mal comprendido por los fieles producto de una falta de catequesis al respecto. Este saludo de paz no es un acto de urbanidad o buenas costumbres, es signo de fraternidad y comunión que se anhela y pide, la invitación que el celebrante ha hecho es la que ha sido suplicada y ahora es deseada y transmitida.
La diversidad presente en la comunidad cristiana la hace afecta a diferencias, desacuerdos y divergencias, esto es lógico, pero su fe en Cristo la lleva a conseguir la paz y querer este gesto de comunión, no hay que olvidar que la Eucaristía exige la comunión, la celebra a la vez que la realiza y la promueve, la cual queda expresada en la “Comunión” de pan y vino, por esto la ubicación que tiene en la liturgia este rito: después del padrenuestro, oración de los hijos antes de presentarse a la mesa (perdona nuestras ofensas como también nosotros…) en la fracción del pan partido y compartido en unidad.
Este gesto es también reconciliación recordando las palabras del Señor (Mt 5, 23s) “…deja tu ofrenda allí delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano…” Pasaje que ha hecho que algunos crean conveniente trasladar este gesto a su lugar original después de la Palabra y antes de la anáfora, no hay que olvidar que así fue hasta el siglo IV, solo en el siglo V nos enteramos por la carta de Inocencio I a Decencio (416) del cambio a después de la plegaria eucarística, eso sí antes del Padrenuestro, solo más tarde fue trasladado al lugar que hoy se le asigna, relacionándolo con la Comunión. Estos cambios sólo afectaron a los ritos Romano y Africano, no así a los ritos orientales, Mozárabe o Ambrosiano. Esta praxis y tradición original ha llevado hoy al Papa a pedir que “los dicasterios competentes estudien la posibilidad de colocar el rito de la paz en otro momento, por ejemplo, antes de la presentación de las ofrendas”.[1]
Hay que señalar, eso sí, que en cualquiera de los dos lugares es el mismo rito y significado, lo realmente preocupante hoy es la manera como se realiza: con desgana o exageradamente o peor aún dejando de lado la letra para su realización.
Hay que destacar antes de hablar de la forma cómo se realiza dos aspectos del rito. El primero es su carácter facultativo, es decir, no es un rito obligatorio[2] se puede omitir a criterio del celebrante, sobre esto hay que tomar en cuenta que muchas veces con la poca sinceridad que es hecho este gesto lleva a muchos a plantearse su omisión debido a lo embarazoso de algunas situaciones en que parte de la asamblea no pide ni desea la paz. El segundo punto es sobre la forma de realizarlo, no existe una manera única, esto es facultativo de las respectivas conferencias tomando en cuenta el carácter del lugar. A tenor de estos puntos creo necesario señalar algunos aspectos negativos que se dan en esta arte de la celebración, no fórmulas (que no me corresponde), pero sí una que otra orientación al respecto.
Una de las primeras cosas que un observador percibe en esta parte es el carácter de recreo con que este rito se ha revestido, es común que aquí se genere un desorden inmenso en el que personas pasean de un lado a otro del templo y el murmullo generalizado diste de corresponde a la fórmula “la paz del Señor”. Durante este rito la paz se da a los mas cercanos no a toda la asamblea o “al compadre” o “amigo” presente, como ya he dicho, este gesto no es sinónimo de buenas maneras o amistad, es la paz de Cristo manifestada a los hermanos, por todo esto y dado que este gesto debe ser sobrio, aún cuando no se da una manera especifica, no es positivo las muestras exageradas, muchas veces abundan los abrazos, saludos de tipo informal y otros que alargan indebidamente el rito; muchas veces se busca realzar el rito con gestos que apelan más a lo bonito y emotivo que verdadero, es oportuno indicar que un gesto no es más expresivo y eficaz por agotarlo.
En todo esto no solo los laicos tienen participación, es necesario recordar que a la voz del sacerdote para proceder al rito se puede observar muchas veces que él mismo participa del desorden saliendo del presbiterio cuando debe permanecer en él “para no crear confusión en la celebración. Lo mismo hace cuando por una causa razonable quiera dar la paz a algunos pocos fieles”.[3]
Es realmente hermoso, expresivo y necesario el gesto que la liturgia ha recuperado, es una pena que hoy se parezca más a un recreo de expresiones carnavalescas. Nadie niega que debe ser festivo (cómo no serlo), pero debido que antecede a la Comunión no debe dar la apariencia de interrumpir la celebración o restarle solemnidad.
Como ya he señalado, no existe forma explicitada en las rúbricas, solo la fórmula en la que “se puede decir: la Paz del Señor sea siempre contigo. A lo cual se responde: Amen”.[4] Es importante así como no exagerar no hacer fríamente esto, sin ganas o indiferencia, debe ser con convicción para que sea verdadero gesto. Sobre la manera de acompañar a estas palabras existe la libertad de las conferencias, es común el darse un apretón de manos, un leve toque de hombros o un breve abrazo, gestos mas apreciados en uno u otro pueblo, lo que sí, me parece que al menos en gran parte de occidente seria bueno recuperar “el ósculo de paz”, gesto expresivo de verdadera caridad y comunión entre los hermanos, aparte de estar más en consonancia con las descripciones del Nuevo Testamento.
Sea como sea que el gesto se realice, es oportuno recordar que no es una paz como la del mundo, sino en la convicción de que en la Eucaristía nos acercamos como hijos de Dios, en comunión con Él y transmitiendo lo que nos ha dejado, teniendo siempre presente sus palabras: “Os dejo mi paz, mi paz os doy”. (Jn 14, 27)
[1] Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 49, nota 150. Esta ha sido la respuesta del Papa ha sido a tenor de la proposición 23 del ultimo Sínodo de Obispos sobre la Eucaristía, que ha tenido en mente no solo lo original de esta ubicación, sino la solemnidad que su realización parece quitar al Rito de Comunión.
[2] Sobre su carácter facultativo basta revisar lo indicado en los números 154, 184, 266 de la Institución General del Misal Romano. Sobre la potestad de las conferencias para la forma del gesto se pueden ver los números 82 y 390 del mismo documento.
[3] Institución General del Misal Romano, 154.
[4] Ibidem.