«¿Estáis discutiendo de eso que os he dicho: “Dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver”? En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría (San Juan 16, 19-20).
COMENTARIO
Hoy se cumplen los 40 días de Pascua. Sin embargo, la solemnidad de la Ascensión del Señor a los cielos se celebra el próximo domingo. La lectura del Evangelio nos sitúa en clave de despedida del Señor.
Quizá, al sufrir la pandemia, comprenderemos mejor que otras veces una premonición del Maestro, y nos debe dar confianza. Jesús ya adelantó que los creyentes no lo íbamos a pasar muy bien, porque si habíamos de ser consecuentes, padeceríamos las pruebas a las que nos podían someter los poderosos de este mundo, precisamente por ser cristianos.
Jesús llega a señalar que sufriremos llantos y lamentos, y que veríamos a otros viviendo sin principios y aparentemente con mejor suerte. No es tiempo de amenazas ni de condenas, lo que, además, no nos pertenece a nosotros. Pero sí es oportuno recordar lo que reza el salmo: “¡Qué bueno es Dios para el justo, Dios para los limpios de corazón! Pero yo por poco doy un mal paso, casi resbalaron mis pisadas: porque envidiaba a los perversos, viendo prosperar a los malvados. Para ellos no hay sinsabores, están sanos y orondos” (Sal 72, 1-4).
A veces nos puede el presentismo, pero el Señor nos invita a saber esperar. Puede que nos sobrevenga la tentación al ver el ilusorio triunfo de los que no tienen principios. El salmista aconseja: “No te preocupes si se enriquece un hombre y aumenta el fasto de su casa: cuando muera, no se llevará nada, su fasto no bajará con él. Aunque en vida se felicitaba: «Ponderan lo bien que lo pasas», irá a reunirse con la generación de sus padres, que no verán nunca la luz. El hombre rico e inconsciente es semejante a las bestias, que perecen” (Sal 48, 17-21).
El creyente no debe mirar a los lados, sino seguir por el camino de los mandatos del Señor. Mira a Jesús, y desea seguir detrás de Él. Cuando desviamos la mirada, nos asalta el agravio comparativo, y podemos caer en la nostalgia, al ver qué bien se lo pasan, aparentemente, los que alardean de no tener Dios.
Aunque se oculte el rostro del Señor de nuestros ojos, Él nos deja un Defensor, el Espíritu Santo, para no perecer ante el atractivo de las luces de artificio.