En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros.
Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia.
Recordad lo que os dije: “No es el siervo más que su amo”. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra.
Y todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió» (San Juan 15, 18-21).
COMENTARIO
A veces en las paredes de algunas iglesias de Madrid aparecen pintadas: “La iglesia que ilumina es la que arde”. Frecuentemente las personas que lo escriben persiguen a la Iglesia; también lo gritaron las activistas feministas en la catedral de la Almudena hace unos años, a pesar de que no hay un líder religioso como Jesús tan valedor de la mujer, en una sociedad misógina.
Me pregunto por qué precisamente en estos a quien Jesús amó tanto y vino a ayudar en sus problemas crece el odio hacia la iglesia de Cristo. Es necesaria una autocrítica: ¿qué parte de su mensaje no hemos sabido transmitir? ¿Por qué las promesas que jamás cumplen los ideólogos y políticos atraen a los más resentidos? En ninguna otra religión, asociación u organización han proliferado las actuaciones a favor de los necesitados como en Cáritas y otras numerosas congregaciones de la iglesia católica. Según un estudio de Cruz Roja y el Ministerio de Asuntos Sociales hace unos años, se situaba a la iglesia católica como primera promotora de obra social en España. Pero esta realidad no acaba de conocerse en la sociedad.
El seguidor de Cristo ha de asumir que, cómo vivió en su carne Jesús, su fundador, el mundo odia la bondad y el amor desinteresado a todos. ¿Quizá el poder y la riqueza que en su día ostentó la Iglesia? creo este rechazo Hubo un tiempo en que ser cristiano era una buena opción para obtener prebendas o cargos públicos, o una ayuda para mejorar la posición económica. Pero ser cristiano no puede ser fácil. Porque para defender al débil hay que criticar, oponerse al fuerte, y ante la injusticia, “ bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia” (Mt 5,6), hay que tomar una postura beligerante, que nos causará enemistades, y para trabajar por la paz, es necesario no alimentar odios oponerse a enfrentamientos… en fin: es difícil.
A nosotros, los cristianos españoles cómodos en la fe y las prácticas religiosas, que podemos ejercer con libertad, no se nos pide la elección de nuestra fe o adorar a otros “dioses”, consentimos formas de vida de nuestra sociedad, hacemos “la vista gorda” con una blanda tolerancia y tomamos del anticristianismo lo que nos conviene sin ponernos a prueba a nosotros mismos. Cristo dice a los apóstoles: “si fuerais del mundo el mundo os amaría como suyos, pero como no sois del mundo el mundo os odia por eso.” El papa Francisco sitúa a la mundanidad como una de las trabas para vivir en profundidad nuestra creencia cristiana y nuestro compromiso. Aquí no somos perseguidos, quizá es que el mundo nos identifica como pertenecientes a él.
No somos conscientes de la continua persecución que en muchos países sufre la iglesia y cómo una legión de valientes mártires sigue regando y fortaleciendo con su sangre las raíces de nuestra fe.