Hay una frase que se repite hoy con bastante frecuencia, sobre todo cuando ocurre algún acontecimiento político o social de cierto relieve, y que choca frontalmente con lo que uno cree que es la diferencia entre el bien y el mal: “Es el mundo al revés“. Parece que lo que siempre se ha considerado bueno, justo, recto es tildado como todo lo contrario. Lo que uno creía normal ya no lo es, lo bueno parece malo y lo malo parece bueno. Es lo que en su época denunciaba ya el profeta Isaías: «¡Ay de los que a lo malo le dicen bueno, y lo bueno malo; Que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; Que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!» (Is 5,20).
Más actualmente, Marcel Proust, escritor francés, en su famosa novela En busca del tiempo perdido, denuncia también esto mismo; algo que perfectamente podría aplicarse a nuestra época: «Desde hacía tiempo las personas no se daban cuenta de lo que podía tener de moral o inmoral la vida que llevaban, porque era la de su ambiente. Nuestra época, para quien lea su historia dentro de dos mil años, se mostrará como monstruosamente perniciosa y donde, sin embargo, ellas se encontraban a gusto». Y es esto exactamente, lo que ahora mismo está pasando: no nos damos cuenta de lo que es moral o inmoral, bueno o malo, sencillamente porque en el ambiente en que nos movemos es lo normal, lo que hacen todos, lo que se lleva…
Y lo peor de este escenario o de esta percepción no es solo el hecho de que parte de la sociedad considere que lo que siempre ha sido objetivamente malo o injusto ahora parezca bueno, sino que esto se haga sin ninguna sensación de injusto ni inicuo. Simplemente porque como dice Marcel Proust “es la de nuestro ambiente”. No está esto referido a las costumbres o modas sociales —que evidente y naturalmente van mudando con el tiempo y la historia—. Pero cuando estos cambios van contra los fundamentos, los axiomas en los que la persona cree y es —piedras clave que forman nuestra cultura y también nuestro ser como personas, nuestras creencias, etc.— entonces sí son transcendentales y pueden ciertamente poner nuestro mundo al revés.
Porque hay unos axiomas, unos principios o creencias que, como tales y sobre todo como cristianos, hemos considerado inamovibles, y que hoy vemos cómo sin apenas darnos cuenta y sin que a nadie le llame la atención —lentamente pero sin descanso—, son desmontados y sustituidos por otras leyes e ideologías que las sustituyen y que están en las antípodas de lo que era hasta el presente. Y todo esto se realiza de una manera tan sibilina, tan astutamente justificada que casi nadie se atreve a contradecir. Ya que previamente el terreno ha sido abonado de forma que aparecen como necesarios, progresistas y, por supuesto, “políticamente correctos”.
verdad sin contrapartidas
Esto es lo que en significativa frase castellana se llama “cambiar el agua”. Nos han cambiado los fundamentos de nuestra vida, de nuestro ser, de nuestro fin, de aquello que sustentaba unas ideas o unas creencias. Y por lo tanto, todo ese castillo que creíamos sólido y firme puede caer tranquilamente, con solo un poco de viento. Pero pocos son los que se extrañan y protestan, porque el terreno ha sido previamente preparado.
Ya decía Karl Marx: “No hay verdades intemporales, sino más bien una evolución histórica, un cambio continuo… los valores morales de una sociedad, están sujetos a circunstancias sociales, económicas e históricas cambiantes y, por tanto, el sentido del bien y del mal depende de cada sociedad y de cada momento”. Por lo tanto, si todo es relativo y depende de las circunstancias del momento, lo que somos o creemos ser y creer pierde su sentido y, por lo tanto, es susceptible de cambiarse.
Pongamos por ejemplo el tema del aborto, que es ahora mismo quizás el de mayor transcendencia en la sociedad española. En el año 1985 cuando se hizo la primera ley del aborto, los supuestos que contemplaba para permitir esta práctica eran mucho menos permisivos que la siguiente ley del 2010 del Gobierno de Zapatero. Aquella primera ley ya se consideró para muchos un gran paso negativo en este sentido. Era la primera ley que en España permitía legalmente abortar en algunos casos. Pero la ley se aprobó, la sociedad se fue acostumbrando a este hecho y empezó a considerarlo como algo normal, máxime si otros países “de nuestro entorno” también lo hacían. Y por supuesto, si todo ello iba acompañado de una serie de “razones” que lo amparaban: derechos de la mujer, libertad, por el bien de la madre y su salud…
De este modo, pasado un tiempo prudencial de aceptación social, se pudo dar sin problemas el siguiente paso en tiempos del Sr. Zapatero. Fue otro pequeño avance en este sentido, que la sociedad no tuvo ningún problema en aceptarlo: “Es algo ya superado y aceptado socialmente”, se dice. Por eso intentar ahora replantear el tema se considera retrógrado y antidemocrático. Lo que en su día fue un gran paso a favor del aborto, hoy ya es casi imposible volver atrás; de ahí la oposición frontal de los partidos de izquierda, incluso de algunos del partido del Gobierno, a cambiarla.
Este ejemplo es un botón de muestra de tantas cosas que nos han transformado sin apenas darnos cuenta. Es un mecanismo lento pero seguro, de manera que cuando alguien quiere reaccionar ya es tarde: la sociedad ya se ha acostumbrado.
no todo es negociable
Pero la dignidad del ser humano, su origen y fin tienen su fundamento en unas leyes no solo naturales, eternas y universales sino también divinas. Así se ha aseverado desde siempre y lo han corroborado los filósofos que asentaron lo que hoy consideramos nuestra cultura occidental. «El cielo estrellado encima de mí y la ley moral dentro de mí, son pruebas de que hay un Dios por encima de mí y un Dios dentro de mí, y estos son los valores universales», aseguraba Immanuel Kant (1724-1804)
Pero al negar toda trascendencia se produce una creciente deformación ética y un progresivo aumento del relativismo, que ocasionan una desorientación generalizada. Este es el relativismo moral que tantas veces y de forma tan clara ha denunciado Benedicto XVI. Para él el relativismo moral es la causa de la crisis que atraviesa Europa. «Si la verdad no existe para el hombre, entonces tampoco este puede distinguir entre el bien y el mal» manifestó en la capilla Mariazell, cerca de Viena, en el año 2007.
Asimismo el actual pontífice, el Papa Francisco, hacía esta reflexión el pasado mes de enero en una homilía en Santa Marta: «Es verdad que el cristiano debe ser normal, pero hay valores que no puede tomar por sí mismo» y denunciaba la «mundanidad», el «pensamiento único» y el «espíritu del progresismo adolescente». Todo lo cual puede llevar a la apostasía, como previno el Papa.
Es indispensable por eso que la persona busque la verdad y quiera obrar en verdad. En lo más profundo de su conciencia, el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar, a hacer el bien y a evitar el mal.
¡Que nadie nos cambie el agua, que nadie nos vuelva el mundo al revés!
Valentín de Prado