“El Cristo de Velázquez» de Miguel de Unamuno es una composición monumental de 2.538 versos que relata poéticamente la vida y pasión de Jesús, basada en la contemplación del genial cuadro de Velázquez, el cual representa a Cristo muerto en la cruz. Con este poema, su autor, Horacio Vázquez, invita a la lectura de esta gran obra mística del escritor de la generación del 98, en la que se hallan los elementos más esenciales de su pensamiento, y que tardó siete años en escribir.
Cuánto amor quisiera poner con mi cansado acento,
A los pies de un Señor tan bien servido por los versos de aquel profesor,
Que dolorido,
En Salamanca puso el grito que al mundo conmociona,
Y así pregona, con el sabor de lo inaudito,
El misterio más grande del amor que un pintor quiso contar con los pinceles cortesanos,
Que si al rey de España honraron con las manos,
En la factura sagrada del lienzo que nos ofrece un Cristo muerto,
Al amor divino lo encarnaron en la luz crucificada,
Clara y solemne, de la luna,
Y lo que la pluma puede contar en noche tan oscura,
A los pulsos del mismo Cristo devuelven a la vida,
Que si hubieran estado aquel día en el Calvario, poeta y pintor, Exhibiendo la pluma y el pincel de que hacen gala,
Ya hubieran sido invitados por el sublime condenado al Paraíso,
Y en compañía de un ladrón arrepentido,
Que entregó su compasión enamorada al inocente,
Traspasarían la historia limpiamente,
Para pintar y cantar a Dios en su morada.
¡Qué queréis que os diga en ocasión tan sonada,
Que al mundo transformó con la esperanza de la vida!
Que si a la postre parece tan perdida en el sepulcro,
De la tierra renace como semilla germinada,
Pan bendito del maná que ya no mengua,
Ni guardado en el sagrario se agusana,
Ejercicio de amor que no perece,
Sangre justificada hasta en la última gota,
Manantial de salud que al alma enciende,
En los versos que nos entregó el poeta,
Como herencia que se nos da para leerlos,
En alta voz y en estancia reservada,
Donde solo Dios y las paredes nos escuchen,
Y que así se nos recuerda ahora:
“¡Broten del recóndito de mis entrañas,
Ríos de agua viva, estos mis versos,
Y que corran tanto cuanto yo viva, y sean para siempre!
Ni oro ni plata míos, lo que tengo,
Dios me lo dio y aquí os lo doy, hermanos,
Que el jugo todo de mi esfuerzo pongo para vuestro común caudal sin pizca reservarme,
Que no se engaña a Dios.”
Venid todos a contar la dicha de la palabra proclamada en lo alto de una cruz que mira al cielo,
Y mirad al Cristo blanco desangrado que ha entregado su último suspiro con los miembros traspasados.
Sus heridas son las flores que prometen la misericordia infinita del Padre para todos los pecados,
Vayamos prestos a orar en el panteón seráfico de estos versos, que son como mendrugos de pan para los hambrientos de cielo.
Brotaron del corazón arrepentido del poeta sabio,
Y llegaron a los labios del artista que nunca se llenan de la alabanza que prodigan,
Y que a nosotros nos invitan a subir hasta la cruz,
Hasta la cima más prodigiosa del amor que en la historia ha sido,
Para posar nuestra mano
En una “corona de espinas radiantes”,
En “el pan candeal de un cuerpo blanco”,
En “el collar de perlas de su sangre”.