En mármol blanco de Carrara, la escultura se muestra actualmente en la Basílica del monasterio
Felipe II aprovechó la batalla de San Quintín, el 10 de agosto de 1557 –festividad de San Lorenzo– contra los franceses para levantar un monumento funerario a la altura de los Habsburgo españoles en conmemoración a la victoria. Comenzaba así la historia del Real Monasterio de El Escorial, una obra plagada de secretos que hoy, casi cinco siglos después, aún siguen latentes.
Uno de ellos es el «Cristo Crucificado» de Benvenuto Cellini, que el artista italiano esculpió entre 1559 y 1562 para su propia tumba, pero que el Duque de Toscana adquirió para regalárselo a Felipe II. En mármol blanco de Carrara, y sobre una cruz de mármol negro superpuesta sobre otra de madera, la escultura se muestra actualmente en la Basílica del monasterio. Pero no siempre fue esa su ubicación.
Como bien señala el blog Investigart, Felipe II ubicó el Crucificado en el trascoro -un lugar visto como secundario por su lejanía del altar-, atendiendo a un un sentido estricto de la ordenación y la simetría en la decoración. Pese a que esta decisión se interpretó como la respuesta al hecho de que el Crucificado se llevara a cabo sin paño de pureza, resultando un desnudo integral catalogado de poco decoroso.
No obstante, los autores de Investigart señalan que una revisión de la documentación y del propio programa iconográfico de la época hicieron a los especialistas cambiar la versión y ver que el Cristo era visible desde la ventana central de la fachada principal de la Basílica, en el llamado Patio de los Reyes.
El padre Sigüenza hace referencia en sus escritos al Cristo de Cellini, a su ubicación y la coincidencia de la fecha de conclusión del mismo y de iniciación de la obra:

Después de un periodo de restauración en 1994, el Cristo fue colocado en el interior de la capilla de los Doctores -en la parte izquierda de los pies de la Basílica-, tapado con un paño de pureza.