Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: “¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos.
Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra. Porque no reconociste el tiempo de tu visita”. (San Lucas 19, 41-44).
COMENTARIO
Hoy la buena noticia gira en torno a la ciudad de Jerusalén y a la paz de sus habitantes, también podemos decirlo de cualquier ciudad y de cualquier habitante.
Con signos de admiración se nos pregunta: ¿Y si reconociéramos hoy lo que conduce a la paz? Parece urgente contestar a esta pregunta porque, al parecer, nos avisan que de otra manera se nos pasa la vida peleando, buscando sentido, queriendo vivir a tope y cuando menos lo esperamos somos viejos y nos vamos de este mundo gruñendo y sin haber disfrutado de la paz. Nuestra experiencia está repleta de violencias, malos tratos, mentiras, coacciones, crueldades, brusquedades, arrebatos, durezas y atropellos y esto tantas veces nos lleva a pensar que la vida no tiene solución y que entre nuestros contemporáneos y nosotros no hay otro tipo de relación que la del poder. El Evangelio nos dice que la paz está escondida a nuestros ojos.
¿Y qué es la paz, nos podríamos preguntar? La paz está relacionada con la justicia para todos, con la armonía, con la amistad, la hermandad, los acuerdos, el encuentro, la paciencia, la tolerancia, el diálogo, el servicio, con el ser atento, etc…Estoy por asegurar que la paz y el amor tienen mucho que ver con el bienestar del ser humano.
Estamos haciendo un comentario al Evangelio de hoy y si miramos detenidamente el Evangelio nos encontramos con una persona que atraviesa todo el él, se llama Jesús de Nazaret y que siempre que se hace presente nos dice: “la paz con vosotros”. (San Juan 20, 19). “la paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da” (San Juan 14, 27). Ahora bien, cuando se despide nos dice: “Amaos unos a otros como yo os he amado” (San Juan 13,34).
Ante la advertencia de hoy sería bueno y sin tener prejuicios previos, escuchar, estar atentos, es posible que nos encontremos con una palabra, con un gesto que nos ayude a encontrar la paz y haga ver a los vecinos no como enemigos sino como hermanos.
La Palabra de hoy nos llama a la vida y a vivirla, a conocer la paz fruto de la justicia y a encontrarnos con el amor; no podemos hacerlo sin reconocer de donde nos vienen estos tesoros. A mi entender, la vida, la paz y el amor nos viene de Dios porque Dios es amor.