Acercóse uno de los escribas que les había oído y, viendo que les había respondido muy bien, le preguntó: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?” Jesús le contestó: “El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que estos.” Le dijo el escriba: “Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.” Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios.” Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.
No nos han pedido una exegesis, pero sí nos han pedido un comentario o reflexión, y ahí os va. Hoy quien pregunta es un escriba, mañana es un fariseo, otro día es un legista y un día cualquiera puedes ser tú o yo quien lo pregunte. ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? ¿Qué he de hacer para tener en herencia vida eterna? ¿Cuál es el mandamiento mayor de la Ley? Estas son las preguntas del Evangelio, pero también caben otras preguntas, ¿Para qué vivo? ¿Es posible que exista el amor en este mundo? La respuesta solo puede ser lo que es, palabras de vida, “Escucha Israel”, escucha Pueblo mío, escucha Hijo mío, atiende a lo que vas a oír, lo que vas a escuchar es importante para ti y para mí si lo escuchamos, si lo interiorizamos, si lo haces tuyo vivirás, si lo hacemos nuestro, viviremos: “Amarás a Dios con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas. Y al prójimo como a ti mismo”. Esto alguna que otra vez también lo tenemos tan claro como el escriba de hoy, por eso es por lo que el Reino de Dios no está lejos de nosotros, está en tu mano, “en tu boca y en tu corazón”.
Para poder disfrutar de los mandamientos es preciso empezar por hacer un cambio de mentalidad, pues no se trata de cumplir los mandamientos como tantas veces se nos ha dicho, se nos ha enseñado, o creemos estar convencidos de que eso es lo que hay que hacer. Para el ser humano, para ti y para mí esto es imposible de cumplir, para San Pablo también (cf Rm.7). Los mandamientos no son leyes a cumplir, son regalos para aceptar, y cuando se aceptan lo nuevo nace, lo nuevo sale, lo nuevo empieza a vivir: es la acción de gracias. Esto supone un cambio de corazón, una conversión, un andar según el corazón de Dios. Amar al prójimo que ves es amar a Dios a quien no ves, y al revés, amar a Dios a quien no ves es amar al prójimo que ves, con el que te codeas y convives. En esto consiste la vida eterna, en el AMOR.
Lo que sorprende en este Evangelio es este “Escucha”. Pretende abrir el oído a las palabras más importantes del antiguo testamento. Oímos sonidos, murmullos, ruidos, frases y gritos, pero esta Palabra no solo se oye también se escucha. Es necesario tener el oído abierto, por eso Jesús toca el oído y los labios al sordomudo con la palabra efetá que significa ábrete. Esta palabra cualquiera puede oírla, pero solo el que tiene el oído abierto a la gracia puede escucharla. Catecúmeno, antes de bautizado, significa el que está siendo instruido en la escucha de la Palabra de Dios. En el rito del bautismo, el presbítero hará una cruz en el oído y en los labios pronunciando efetá.
Y ahora fíjate lo que vas a escuchar: El Señor es uno. ¡Cuantos dioses tenemos! A los que servimos, adoramos, nos sometemos, nos doblegamos. El dinero, el bienestar, el prestigio, el placer, el éxito, incluso el honor…; somos serviles adoradores de becerros de oro. Pero ¿está aquí la felicidad…? Estos faraones nos esclavizan y nos hacen trabajar de sol a sol para ellos a cambio de unos ajos y unas cebollas. Y después de cada placer, después de cada éxito, después de cada ganancia, aparece de nuevo la frustración. Sin embargo este Shemá, escucha, nos acerca la gracia, nos anuncia la sabiduría: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser” y «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» . Jesús le dice al escriba, al haber respondido bien, por creer estas palabras: “no estás lejos Reino de Dios”.
Aquí está encerrada toda la sabiduría, aquí está es Reino de Dios, en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Luego viene el maligno y nos dice: no es verdad, llevas toda la vida en la iglesia y ¿has sido feliz? Tú que lo has dado todo, que has dejado todo, que te has entregado en cuerpo y alma a Dios … , dime, ¿has sido feliz? Y nos vuelve a mostrar la manzana, las riquezas, el prestigio, los placeres. De nuevo en el desierto nos impreca, ¿dónde está ese Dios? ¿dónde está el Dios que te sacó de Egipto? Allí al menos comías ajos y cebollas, pero ahora: sin trabajo, con tu enfermedad, con esos hijos, con esa mujer o ese marido que no te entiende, con esos sufrimientos, incomprensiones, soledades…, dime, ¿dónde está tu Dios? Esta es la afirmación constante del maligno al hombre, la que nos hace pecar, la que nos lleva a la muerte: “Dios no te quiere”.
Pero Cristo ha venido a dar la vida por mí. El Padre ha entregado a la muerte, y muerte de cruz, a su hijo por mí, no hay mayor amor. ¿Cómo entonces nos convence…? ¡Oh, Señor! Solo una cosa te pido, una cosa te ruego: no dudar nunca de tu amor.
Alfredo Esteban Corral